Para comenzar a hablar de Rolling Thunder Revue, el documental de Martin Scorsese que retrata la histórica gira de Bob Dylan por los Estados Unidos en 1975 (la segunda colaboración entre estos dos gigantes tras No Direction Home de 2005), hay que situar el contexto histórico del asunto. El año anterior, tras seis años ausente de los escenarios, Dylan volvió a presentarse en vivo por su país natal con un tour que puso el cartel de sold out en cada uno de los estadios donde se tocó, con The Band como grupo de apoyo. La separación de estos últimos (que quedó inmortalizada en El último vals, otra película de Scorsese), hizo que Dylan modificara su banda para presentar dos álbumes: Blood on the Tracks (para muchos, el mejor disco de su carrera) y Desire. Pero, a diferencia de su gira anterior, esta vez Dylan optó por juntar a un grupo de amigos (el poeta beat Allen Ginsberg, el escritor Sam Sheapard, el ex guitarrista de David Bowie Mick Ronson, el blusero Ramblin’ Jack Eliot y colegas de la talla de Joan Baez, Joni Mitchell y el Byrd Roger McGuinn, entre otros) para un recorrido circense por los Estados Unidos. Así, recorriendo el país en colectivos (uno de ellos conducido por el propio Dylan), se presentaban en lugares de no más de 3 mil personas casi de manera anónima, con un espectáculo promocionado por volantes repartidos por la organización en las ciudades en cuestión. Esta gira recibió el nombre de Rolling Thunder Revue, y con el paso de los años se transformó en una de las tantas leyendas que pueblan el imaginario que Dylan construyó sobre sí mismo. Hasta el estreno del documental de Scorsese, su testamento era una película de cuatro horas llamada Renaldo & Clara (ya volveremos a hablar de ella) dirigida por el propio Dylan que fue un fracaso comercial y de críticas, y el volumen 6 de las Bootleg Series: un doble CD con una grabación en vivo de uno de esos conciertos.
Rolling Thunder… comienza con una imagen de una película de George Melies en la que se ve a un ilusionista, escenas de archivo de un Richard Nixon agobiado por un Watergate que se le venía encima y los preparativos para la celebración del bicentenario de los Estados Unidos. Acto seguido Dylan, hoy, habla sobre sus recuerdos de la gira: “No me acuerdo nada de esa época. Fue hace cuarenta años. Yo todavía no había nacido”. Y todo eso, que parece inconexo, da la clave para lo que veremos en las próximas dos horas y media: una serie de subtramas en las que todo lo que parece real quizás no lo sea, y viceversa. No es casual que en esa gira Dylan apareciera en escena pintarrajeado, con una máscara que parecía esconder su persona. Pero, ¿qué persona: Bob Dylan, Robert Zimmermann (su nombre de pila) o quién? Por otro lado, hay testimonios de personajes como Sharon Stone, un político llamado Tanner y un misterioso director de cine que dialogan con el propio Dylan, con Baez, Sheapard, Ginnsberg y Eliot, entre otros. “Sirviéndose de su nombre y de su imagen física como materia prima de la película, Bob Dylan -como los reyes renacentistas de los espectáculos de danza y baile- se mueve osada y ambiguamente entre la ficción, la representación, la identidad y la participación”. Esta cita es de un reportaje a Dylan en Rolling Stone en 1978 a propósito del estreno de Renaldo & Clara, y puede ser una clave para analizar la película de Scorsese. Daría la sensación de que Dylan le cedió todo el material crudo de su película para que el director de El toro salvaje lo modifique a su propio gusto y placer, pero con un respeto consensuado entre ambos acerca de la ambigüedad que debía tener el corte final.
Pero también hay música: secundado por una banda con un sonido anclado en el glam rock de los 70 (cortesía de la guitarra de Ronson) suenan clásicos de Dylan con una gran ventaja para los hispanoparlantes: las letras aparecen subtituladas, lo que hace apreciar una vez más su descomunal talento como escritor, ese que le llevó a ganar el Nobel de Literatura. Y también (otro extracto de Renaldo & Clara) está el homenaje que le hacen, junto a Ginsberg, a Jack Kerouac, leyendo el poema “México City Blues” en la tumba del escritor de En el camino. “Debería releer la obra de Kerouac”, dice Dylan, interpelándose a sí mismo y, de esa misma manera, al televidente a imitarlo.
La visita al boxeador Robin Carter a la prisión (quien inspiró la famosa canción “Hurricane”) y el ascenso de Jimmy Carter a la presidencia de los Estados Unidos marcan el fin de la gira (que según algunos fue un fracaso comercial), y también, de la película. Consultado sobre el resultado de la gira, Dylan responde hoy: “No quedó nada. Sólo cenizas”. Al ver la lectura de Scorsese sobre ese período de su vida, también es válido pensar que esas cenizas, más que al tour, corresponden a unos Estados Unidos de América que ya no existen más. Y a un yo que es otro, como bien escribió su admirado Arthur Rimbaud.