El “gran circo” siempre vuelve, de la mano de Adelaida Mangani

La mujer que cambió de raíz el género de los títeres, repasó su historia en una charla con Abro comillas.
Por: María Julia Oliván @mjolivan

En 1961 comenzó a trabajar como docente en el Instituto Vocacional de Arte “Manuel José de Labardén”, allí  conoció a Ariel Bufano y su vida cambió para siempre. Hoy, dirige el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín y vuelve con “El gran circo”, su espectáculo emblemático por excelencia que cumple 30 años de vida. La mujer que cambió de raíz el género, relata su historia de vida, marcada por la magia de los títeres y el amor.

Adelaida nació en Buenos Aires y se especializó en diferentes disciplinas: música, filosofía, arte escénico y danzas, y fue a partir de 1969 cuando comenzó su actividad como titiritera. Pero su relación con los títeres se remonta a muy pequeña: en el festejo de sus 6 años, su tío, el maestro Juan Francisco Giacobbe –gran poeta y músico – invitó a unos titiriteros amigos para que le hicieran una función especial. Tal vez, sin saberlo, aquel día se empezaba a trazar lo que el destino tenía preparado para ella. “Desde muy chica me relacioné con el arte en general, estudié danza y la música siempre estuvo presente en mi casa. A los siete años me subí a un escenario gracias a mi tío que era director teatral y me convocó para una obra donde necesitaban una nena. Desde ese momento descubrí que mi pasión iba a pasar por ahí”.

Adelaida era maestra del Normal 4 y al mismo tiempo cursaba el magisterio en el conservatorio “Manuel de Falla”. Todo indicaba que su camino se abría hacia la actuación hasta que un día, el amor cambió su vida. “Cuando tenía 20 años entré a trabajar como docente en el Instituto Labardén. Ahí conocí a Ariel Bufano que era profesor, entablamos una relación complicadísima, él era mayor que yo y nos enamoramos perdidamente, pero cada uno ya estaba casado y Ariel tenía tres hijos”, recuerda y agrega: “A partir de Ariel conocí el arte de los títeres y yo diría que en un momento los títeres me capturaron para siempre. Era un arte que venía a sintetizar todas las demás disciplinas que había estudiado”.

La llegada de los títeres al teatro oficial

Junto con Ariel Bufano, quien finalmente fue su pareja y el padre de sus dos hijos, Vicentico y Ariadna, cambió de raíz el género: el tradicional teatro itinerante pasó a las tablas del teatro oficial. Adelaida cuenta que “Ariel tenía en ese momento una compañía que se llamaba Teatro Popular de Títeres, pero en 1977 es convocado por Kive Staiff y ahí todo cambió, porque hasta ese momento éramos un elenco independiente”.

“El primer espectáculo que hicimos en el San Martín fue David y Goliat, con técnica de guante, bien tradicional y tuvimos gran éxito. Tal es así, que comenzamos con la segunda temporada y fue ahí cuando le dijimos a Kive `¿por qué no tenés un grupo estable de títeres, así como hay uno de danza y otro de actores?’. A él le pareció una buena idea y creó el Grupo de Titiriteros. En ese momento éramos siete u ocho, después el grupo fue creciendo. Nos vimos obligados a generar una programación, a tener mayor cantidad de titiriteros en el elenco, a investigar sobre diferentes técnicas e incorporarlas”, relata la directora.

Aquel cuerpo del titiritero oculto tomó vida y empezó a ser parte integral del espectáculo, “el estreno de `La bella y la bestia´ fue polémico, porque para muchos no era propio de los títeres que se vea el cuerpo del titiritero. Aparecían los cuestionamientos propios del género”, afirma Adelaida.

Por otro lado, la exclusividad de los títeres con manoplas y marionetas con hilo quedaba atrás para darle lugar a enormes muñecos, instrumentos y nuevas técnicas. “La bella y la bestia revolucionó, desaparece el retablo y empieza a haber títeres movidos por dos personas. Grandes figuras donde el público ve el cuerpo del intérprete”, cuenta la pionera de este género en Buenos Aires.

Adelaida Mangani, premiada con el Konex de Platino por el rubro – Infantil y Juvenil 2011 -, asegura que la llegada al Teatro San Martín fue un doble desafío, riesgoso e impensable: “Por un lado, instalarse en un teatro oficial, pensar en un elenco estable, algo no visto en Latinoamérica ni en muchos países de Europa, porque los títeres venían del teatro itinerante”. “Y por otro lado, el titiritero era muy solitario, individual, era un hombre que andaba por los caminos llevando su espectáculo. La mujer no tenía lugar, sólo en algunos casos la esposa acompañaba pero oficiaba de ayudante. Cuando nosotros hicimos el primer espectáculo el elenco estaba integrado por 7 personas, 6 hombres y yo era la única mujer. Si hago una mirada retrospectiva y lo comparo con lo que sucede hoy, hubo un gran cambio, ya que en este momento el elenco se compone por 27 personas y la mayoría son mujeres”, resalta Adelaida.

En 1983 llega “El gran circo criollo”, el espectáculo emblema de la compañía; y en 1987 comienza a funcionar la escuela-taller de titiriteros, por aquel entonces en el Teatro Regio, de donde surgieron la mayoría de los titiriteros del teatro local. “Al entrar en una institución oficial era difícil saber a quién convocar porque esa persona debería adaptarse a otra vida, a otras formas, iban a recibir un salario y tenía que tener la formación acorde como para enfrentar esta nueva manera de hacer títeres. Los primeros que fueron convocados eran alumnos privados de Bufano, que estudiaban con él; luego cuando los espectáculos empezaron a hacerse más ambiciosos comenzamos a hacer concursos con jurado y de ahí ingresaban los nuevos titiriteros”.

“Pero más tarde, decidimos formar nosotros, en la primera etapa entraban 4 personas, con un salario, como una beca. Pero lo del salario se corta cuando termina el gobierno de Menem, viene otra gestión y el presupuesto se achicó. Fue ahí que decidimos abrir el juego a 20 personas, que no tuvieran que pagar nada y nosotros le enseñábamos todo por el mismo sueldo que nos daban en el San Martín, nosotros actuábamos y también enseñábamos y fue así que se creó la escuela que lleva 26 años de vida”, expresa la profesora. Hoy la escuela cuenta con un curso de 20 alumnos, que egresan cada tres años con todas las herramientas y conocimientos necesarios como para montar un espectáculo de títeres en su totalidad.

Con el paso del tiempo, el concepto de teatro para niños comienza a ser reemplazado por un teatro pensado para el disfrute familiar. “Esta modalidad de decir `para grandes y chicos´, fue propio del teatro San Martín para todos sus espectáculos, arrancó hace muchos años y quedó instalado institucionalmente”, asegura Adelaida que al continuar con la explicación confiesa irritarle escuchar `estoy haciendo un infantil´: “(…) eso ya implica de alguna manera una desvalorización de lo que van a hacer (…) estoy cansada de escuchar a periodistas, de ver que se hacen congresos, simposios, encuentros de Teatro Infantil, discrepo con esa nominación, me saca de las casillas (…)”.

Una experiencia estética intransferible para los niños

Adelaida coincide en que el teatro de títeres puede impactar de forma directa en el crecimiento de un niño, ya que es a través del juego que los chicos suelen darle identidades diferentes a los objetos con los que se identifican y proyectan. “La experiencia de estar en contacto con una expresión artística, que los niños tengan la oportunidad de experimentar, que puedan gozar estéticamente, hace que el desarrollo de su personalidad sea muchísimo más pleno que si no tiene ese acercamiento al arte. Esa experiencia del goce estético es algo intransferible”.

Ferias, plazas, parques, cumpleaños, salas de teatro son sólo algunos de los tantos lugares y situaciones donde en la actualidad podemos encontrar un show de títeres, y mucho tiene que ver el trabajo desarrollado por Mangani que desde la muerte de Ariel Bufano en 1992, se puso al hombro el Grupo de Títeres y la escuela-taller, logrando que los títeres del San Martín formen parte de la escena cultural de la ciudad y gocen del respeto de los vecinos. Sin embargo, para muchos, sigue siendo un `arte menor´: “A pesar de los 37 años que tenemos dentro de este mundo y de ser muy queridos por el trabajador del teatro, sigue siendo lo último que se tiene en cuenta, el último al que se le da presupuesto, el último a la hora de armar la programación, para todo hay que pelear, sigue siendo el último… y quizás, lo sea siempre”, concluye Adelaida.

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