Que Ideas diversas haya sido editado de manera posterior, y diez años después, a Continuación de ideas diversas (2014) es una muestra más del carácter lúdico y desfachatado con el que César Aira maneja su obra. Lo que sí comparten ambos libros es su género: los dos presentan la faceta ensayística del escritor nacido en 1949 en Coronel Pringles, ciudadano destacado del barrio porteño de Flores desde hace varias décadas, que cuenta con más de cien volúmenes propios en su haber y que, como su admirado Jorge Luis Borges, todos los años suena como candidato a ganar el Premio Nobel de Literatura con resultados, al igual que el autor de Ficciones, nulos.
“Hoy murió (Luis) Chitarroni. Sesenta y cuatro años, diez menos que yo”. Ese comentario deja en claro que la escritura de Ideas… es reciente, y echa tierra a esas especulaciones muy caras al trabajo de Aira, de revisar en su baúl viejos textos inéditos para su publicación. Ideas… tiene un formato muy claro en sus 111 páginas de extensión: textos cortos (¿tweets alargados?) con distintas reflexiones de Aira sobre el arte, la escritura, la verdad, el mundo, la ficción, los métodos de escritura y mucho más.
De esas cuestiones, sus pensamientos sobre la verdad se destacan por sobre el resto. Aira se atreve a cuestionar esa “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente” (definición del Diccionario de la Real Academia Española). “Buscar la verdad me parece algo soberbio. Es como querer ganarle a alguien. La verdad siempre está en competencia con lo que no es verdad. De hecho, no existiría sin la mentira, lo falso. Depende de ellos”, escribe Aira, y más adelante, en otra entrada, completa: “Represión de curas. La confesión. Y acostumbrar a los niños a ‘decir siempre la verdad’. La amenaza. ¿Cómo pueden saber los niños cuando es verdad y cuando no? (…) ¿Y cuando dicen que los borrachos dicen siempre la verdad? ¿No se están contradiciendo? Si la verdad es algo tan bueno como dicen, tendría que salir de la boca de la lucidez, de la inteligencia y la responsabilidad, ¡no de la de un borracho! (…) El suero de la verdad. Usado en las torturas. El detector de mentiras, o polígrafo, también cosa de policías (…) Y sobre todo, ¿para qué sirve? ¿Qué quieren hacer con su famosa verdad?”. Sin dudas un razonamiento provocativo, y ligado al dadaísmo al que Aira siempre adhirió. “El avance hiperveloz del pensamiento y la lentitud de la construcción de objetos. El adulto que juega con las ideas como un niño, y el niño que arma un juguete que sólo un adulto podría armar”, dice por ahí sobre su admirado Marcel Duchamp, y son oraciones que bien podrían describir esos “cuentos de hadas dadaístas” o “juguetes literarios para adultos” que son sus novelitas.
Pero, en el fondo, el combate de César Aira es contra las circunstancias. Y su deseo es, a través de sus escritos, irse a vivir a un lugar propio y personal, donde las reglas son otras, más allá de que no se sepa cuáles son. En este mundo, está claro que esas normas son, para él, desconocidas. “Yo no podría ser un escritor realista, porque para serlo hay que saber muchas cosas sobre la realidad, cosas que no me interesan y que sería un trabajo ingrato ir a averiguarlas. Y no sabiéndolas ni teniendo ganas de aprenderlas, para ser realista tendría que escribir sobre mí, lo único de la realidad sobre lo que sé sin tener que ir a enterarme. De modo que además de no poder ser realista, no quiero serlo”. Toda una declaración de principios para un hombre, que en estos momentos, vaya uno a saber en qué mundo inventado está.