Estamos en 2020. Después de recorrer a lo largo de tres álbumes parte del Cancionero Americano en clave de jazz que popularizó Frank Sinatra (Shadows in the Night, Fallen Angels y Triplicate, este último un triple CD) y de haber ganado el Premio Nobel de Literatura, a los 79 años Dylan editó Rough & Rowdy Ways, su primer disco de nuevas canciones en ocho años. Y si veintitrés años atrás bromeaba con un encuentro con El Rey en el más allá, hoy sabe que esa posibilidad está cada vez más cercana en el tiempo. Por eso, de nuevo modificó su registro vocal y dejó un disco para que sea decodificado por varias generaciones de exégetas de su obra. Y, de paso, concibió el rock de la cuarta edad: hasta el momento, ninguna persona de casi ochenta años ha realizado un álbum de este nivel ya no solo en la historia del rock and roll, sino en la historia de la música popular del Siglo XX y lo de que va del XXI.
Las menciones a sus dotes como cantante no son caprichosas. A lo largo de su extensa carrera varias veces Dylan cambió su manera de cantar, más allá de su inconfundible tono nasal. Alguna vez para abandonar el folk y electrificar su música, a mediados de los años 60. Otra para igualar a su admirado Johnny Cash (Nashville Skyline), abandono del tabaco en el medio. También llevó su garganta a un tono más claro y devocional (su trilogía cristiana de los 80), y luego la oscureció para que suene como una improbable mezcla de Roberto Goyeneche y Tom Waits (todo lo que publicó desde Time… hasta Tempest, de 2012). Ahora, la sensación es que tras interpretar el repertorio de Sinatra, Dylan construyó una nueva forma de vocalizar. Por momentos cercana al recitado del último Leonard Cohen o del Nick Cave actual, por otros deudora a la tradición de los viejos bluseros que tanto admira. Una voz cristalina para sus estándares, que no son los mismos que los de un tenor lírico sino los de un trovador trashumante. Lo cierto es que estamos ante uno de los discos mejor cantados por parte de Dylan. Un vocalista muchas veces subestimado, que en el otoño de su vida nos regala una interpretación ejemplar para contar sus historias.
En cuanto a la instrumentación, también acá hay sorpresas. “Acá imito a Morrissey cuando él me imita”: la frase de David Bowie en relación a su versión de “I Know It Gonna Happen Someday” del ex Smith (lo más cercano en cuanto a lo sonoro que Moz estuvo del Duque Blanco) se puede parafrasear acá en labios de Dylan y Leonard Cohen y Nick Cave. Acá, entonces, el pionero Dylan suena como las últimas interpretaciones del canadiense y el australiano respectivamente, como se puede apreciar en “Murder Most Foul”, “Black Rider” y “Mother of Muses”. Pero a eso se le suman blues hechos y derechos como el explícito “Goodbye Jimmy Reed”, “Crossing The Rubicon” y “False Prophet”. El hilo conductor es la muerte: la propia por parte de Cohen, la de de su hijo por parte de Cave, la que vendrá por parte de Dylan, más allá que hasta donde sabemos el ganador del Nobel goza de buena salud y no de una enfermedad terminal. Rough & Rowdy Ways puede sonar a despedida pero no a un adiós apurado como sí ocurrió con el Bowie de Blackstar, el Cohen de You Want It Darker o, más atrás, el olvidado Warren Zevon de The Wind. El tono fúnebre no es tan explícito, o lo es en tanto y en cuanto lo puede ser un tipo como Dylan, que a su modo siempre incluyó a la parca entre sus letras.
Y las letras, todo un tema para el primer disco de Dylan con versos propios originales luego de haber ganado el Nobel de Literatura. Más allá de los casi diecisiete minutos de “Murder Most Foul”, dividida en cinco grandes bloques de texto en donde los tres primeros describen el asesinato de John Fitzgerald Kennedy para luego adentrarse en un repaso de la cultura popular anglosajona del Siglo XX, todos los temas tienen guiños ser analizados. Podemos decir que el disco abre con una cita a Macbeth y cierra con otra a Hamlet, algo que no debería asombrar: Dylan siempre se reconoció como fan de Shakespeare. Cabe, también, señalar que el “I Contain Multitudes” es, claro, una mención explícita a Walt Whitman, más allá que antes hable de Indiana Jones y de los Rolling Stones. Podemos reírnos con ese Frankenstein que imagina en “My Own Version Of You” (“Tomaré al Scarface de Pacino y al Padrino de Brando, y los mezclaré en un tanque para obtener un robot comando”), y con la reformulación de su propia “Shooting Star”. Podemos asombrarnos cuando en “Mother of Muses” va desde el General Patton a Elvis y a Martin Luther King. Podemos recordar que una vez declaró que “Si no fuera Bob Dylan me hubiera gustado ser Leonard Cohen” y ver como une tres nombres de canciones de su amigo como “Traveling Light”, “Slow,” y “Going Home” así como reformula las famosas “Canciones de amor y odio” como “Canciones de amor y traición”. Podemos emocionarnos cuando nombra a Allen Ginsberg, Gregory Corso y Jack Kerouac seguiditos en “Key West (Philosopher Pirate)”. Y podemos quedarnos con las citas favoritas personales, en este caso incluidas en la inagotable “Murder Most Foul”: el “What’s New, Pussycat?, What’d I Say?” que junta en un mismo verso a Burt Bacharach con Ray Charles; y ese “Frankly, Miss Scarlett, I don’t give a damn”, que se puede traducir como “Francamente, Señorita Scarlett, me importa un carajo”. Y así es: Dylan reescribe la famosa frase que Clark Gable le escupe a Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó, ese peliculón que ahora es juzgada como “esclavista” por la actual policía de la moral. En Dylan la frase cobra otro sentido: un tipo que no fue a recibir el Nobel y mandó a cantar un tema suyo en la ceremonia a Patti Smith es un tipo al que un montón de cosas no le importan nada. Pero entre las cosas que sí le importan está su obra. Entonces, celebremos ser contemporáneos de Bob Dylan y disfrutar una y otra vez este Rough & Rowdy Ways. En estos tiempos de pandemia y cuarentena, una de las mejores noticias de este año.