“En lo personal, cada vez me convenzo más de que hay más sabiduría política en una buena novela que en un tratado de ciencia política”. Esta frase de César Cansino -uno de los cientistas sociales más prestigiosos de América Latina-, incluida en su libro La muerte de la ciencia política, es un buen marco para lo que quiero expresar en esta columna.
La afirmación de Cansino no es novedosa. Las novelas, las películas, las obras de arte se anticipan al desarrollo de los acontecimientos. Los artistas, guionistas o directores, producto de su formación académica y artística, pueden visualizar coyunturas sociales que los políticos, los analistas, los comunicadores sociales se demoran en apreciar y descubrir. Como ejemplo, podemos citar algunos antecedentes literarios que reafirman este supuesto:
En el final de Romeo y Julieta, William Shakespeare escribe: “Esta mañana trae consigo una lúgubre paz; el sol, de tristeza, no ha de mostrar la cara; vámonos de aquí, para hablar más de estas tristes cosas; algunos serán perdonados, otros, castigados; pero nunca hubo una historia de más dolor que ésta de Julieta y su Romeo”. Este fragmento marca el final de la guerra civil entre Capuletos y Montescos, el fin de la guerra de “todos contra todos” que mencionará 66 años después, Thomas Hobbes en el Leviatán, de 1651.
Robinson Crusoe, obra de Daniel Defoe publicada en 1719, demuestra que el cálculo racional, el pensamiento capitalista, la propiedad privada, las acciones meramente utilitarias que lleva a cabo Crusoe preanuncian las prácticas capitalistas que realizarán los individuos a finales del siglo XVIII.
Lo mismo se podría decir de 1984 de George Orwell y La Broma de Milan Kundera, cuando analizan al sistema de opresión del modelo comunista.
En esta columna quiero centrarme en el cine argentino y en dos películas estrenadas este año: Relatos Salvajes de Damian Szifrón y La historia del miedo de Benjamín Naishtat. La primera, popular, con una gran campaña de marketing, ya superó largamente los tres millones de espectadores y va camino a convertirse en una de las películas argentinas más vistas de la historia del cine local (estrenada el 21 de agosto de 2014, luego de diez semanas aún se exhibe en 110 pantallas de todo el país). La segunda, destinada a espectadores con mucha paciencia, amantes del cine de autor, con escenas que “no hablan nada, pero dicen todo”, muchas metáforas, que desilusionan a los espectadores apasionados por la acción y los grandes efectos.
La historia del miedo, en palabras de Naisthat, es una película en la que “hay dos puntos de vistas, el de él, y el de la familia que vive en el barrio. Pero si lo generalizamos, yo creo que en nuestra sociedad no hay una clase consciente. Hay resignación, bronca, violencia, pero no es sinónimo de conciencia (…) está la desidia, un descenso permanente hacia el abismo, es bastante pesimista la película. Mis personajes son víctimas de las paranoias de las clases medias y altas en esta sociedad de relaciones precarias y terroríficamente decadentes”. En su película, hay temor, desigualdad, distancia, bronca, resentimiento, y el espectador que egresa del cine se va perturbado por el mensaje emitido. Naisthat concluye -en la entrevista- que “no se puede construir un futuro desde la desigualdad”.
Relatos Salvajes, en cada una de sus seis historias, muestra también desigualdad, discriminación, miedo al otro, justicia por mano propia, corrupción, abuso de autoridad, o la resignación que la actriz Nancy Duplaá remarcó al decir “que no se puede cambiar nada”.
Szifrón, en una entrevista para el diario La Voz del Interior, contó que fue lo que lo inspiró para realizar la película: “El aspecto primitivo del ser humano, ese salvajismo al que se enfrenta cada uno de estos personajes a raíz de crisis emocionales que les tocan vivir, fue apareciendo de distinta forma. No fue una decisión a priori, fue un resultado. Sí hubo una inspiración en cosas cotidianas, este sistema en el que vivimos obviamente me disgusta en un grado muy elevado. La vida en las ciudades, la diaria, el sistema capitalista están llenos de cierta estupidez reinante que me enoja. O me hacen sentir que algunas cosas no están hechas en favor del individuo, sino para exprimir al individuo: la TV, el sistema impositivo, hasta el sistema democrático tal como funciona hoy”.
No es casual que ambas películas hayan sido estrenadas este año. Como tampoco es casual que la segunda película más vista del año 2012 haya sido Elefante blanco, de Pablo Trapero, con casi 800 mil espectadores. Dicho film hace visible la situación económica y social de las villas de emergencia, la marginalidad, la droga, la violencia, la represión -como también la solidaridad y el compromiso de muchísimas personas para ayudar al otro – y la corrupción de los gobiernos en la asignación de recursos para construir viviendas. Oportunamente, los medios de comunicación han difundido recientemente un informe de la Universidad Católica Argentina, que destaca el enorme crecimiento de la población que habita y vive en las villas de emergencia.
El escenario que plantean estos films es el de una sociedad con enorme conflictividad, resignación, inconformismo, bronca, violencia, miedo. Algo que incluso ha advertido la presidenta argentina en redes sociales, señalando a quienes son para ella los “supuestos responsables” de este momento.
Esperemos que se trate solamente de una mera expresión cinematográfica y que no coincida con la realidad de una sociedad que, en las salas de cine, aplaude con énfasis la “justicia por mano propia” del “ingeniero Bombita”, como los integrantes del sistema penitenciario, los familiares y los presos que festejan en la pantalla.
Por Gastón Corti
Licenciado en Ciencia Política (UBA)
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