En su libro Como un golpe de rayo, el crítico de rock inglés Simon Reynolds cuenta la historia definitiva de la escena musical que consagró a David Bowie, Marc Bolan y Roxy Music.
“El glam rock es rock and roll con los labios pintados”. La frase de John Lennon es simple, hace foco en lo musical y en la imagen, pero se queda corta al momento de definir a la escena musical que dominó los rankings británicos a comienzos de la década del 70 por delante del rock progresivo. El glam rock, en una época en que el conservadurismo de Edward Heath y Richard Nixon hacía de las suyas en el Reino Unido y los Estados Unidos, respectivamente, proponía desde un estilo musical que remitía tanto a los pioneros pre Beatles (con Chuck Berry a la cabeza) como a los mods (subcultura de los 60 que tuvo a los Who como líderes absolutos y a la que en su juventud supieron adherir tanto David Bowie como Marc Bolan), un vestuario extravagante y una sexualidad andrógina, un mundo de fantasía para una juventud que no tardó en identificarse con sus héroes. No en vano se habló de “T Rex Manía” para describir el fenómeno de ventas del grupo de Bolan o se mostró a chicos y chicas imitando el corte de pelo de Bowie en Ziggy Stardust, para citar sólo dos ejemplos.
Con la figura de Bowie como hilo conductor y cuatro capítulos dedicados enteramente a su persona, Como un golpe… va recorriendo los distintos personajes que poblaron el glam rock. El primero es Bolan. Y su transformación de ser un joven mod a un post hippie de los free festivals para terminar como el único rival posible y de peso que tuvo Bowie en la primera mitad de los 70 está narrada de manera magistral, y hace que a partir de ahí la vara para juzgar a los demás sea muy alta. Un hecho que Reynolds resuelve muy bien en la mayoría de los casos: la sobredimensión de la música de los New York Dolls, Alice Cooper y su shock rock teatral, Queen y su coqueteo con ciertas formas autoritarias, el devenir de Bryan Ferry de ser un muchacho de clase media baja a terminar como un verdadero aristócrata defensor de la caza, la era en donde Lou Reed e Iggy Pop actuaron como protegidos absolutos de Bowie y el ninguneo actual hacia bandas híper vendedoras de la época como Slade y Sweet. La omisión de la figura de Elton John es el único reproche: hubiera sido muy interesante leer las reflexiones de Reynolds tanto sobre discos de pura lentejuela glam como Honky Chateau, Goodbye Yellow Brick Road y Dont’t Shoot Me, I’m Only The Piano Player como también acerca del vestuario y las gafas que el inglés lucía por aquel entonces.
Tras examinar la mal denominada “trilogía berlinesa” de Bowie (los álbumes Low, “Heroes” y Lodger), Reynolds arranca un derrotero narrativo en el que año a año da cuenta de artistas post era dorada del glam, desde 1975 hasta nuestros días, con menciones a Kate Bush, Japan, Prince, Marilyn Manson y Lady Gaga, entre otros.
Y de la misma manera que al leer el Borges de Adolfo Bioy Casares hacia el final uno no puede reprimir el llanto cuando el autor de El sueño de los héroes cuenta el impacto que le provocó el momento en el que se enteró de la muerte de su amigo (“Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase, le pregunté: ‘¿Por qué?’ ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”), el bombazo de cuando se lee sobre el deceso de Bowie es similar y se multiplica de manera global gracias a internet. Y magnifica la gran enseñanza que nos dejó el Delgado Duque Blanco como manipulador de los medios de comunicación masivos. El hombre que primero vendió al mundo y luego se proclamó como gay en los 70 para generar un escándalo (¿la proto posverdad, si tenemos en cuenta que Bowie no era homosexual y si bisexual?) se fue a ver si hay vida en Marte en silencio, en una época en donde todo hecho se magnifica hasta el infinito vía redes sociales. Para decirlo en palabras de Reynolds, “La persona que todos amaron y admiraron está en todas partes salvo aquí, viva en las millones de imágenes, ecos y reflejos”. Una frase que dialoga con el “Mirenmé, estoy en el cielo”, de “Lazarus”, canción clave de Blackstar, su último disco.
Sin quererlo, con la ida de Bowie, Como un golpe de rayo tuvo un final glam rock perfecto.