La autobiografía del desaparecido político sudafricano es de lectura obligatoria para comprender la vida de uno de los hombres más importantes del Siglo XX.
Tras la muerte de Elvis Presley en 1977, el desaparecido Lester Bangs, decano de los periodistas de rock and roll en los Estados Unidos, expresó un sentimiento unánime para reflejar lo que significó el deceso del rey: “En nada volveremos a estar tan de acuerdo como lo estuvimos con Elvis”. Si parafraseamos esta definición de Bangs al ámbito de la política (y la historia) mundial, no es exagerado entonces decir que en nada volveremos a estar tan de acuerdo como con Nelson Mandela. Como se suele decir ahora: la lucha de Mandela es todo lo que está bien. Sólo Vaclav Havel se le puede aproximar en términos de leyenda indiscutible por todos y todas, pero el checo corre tan de atrás al sudafricano como cualquier rival corre desde atrás a Usain Bolt.
Por eso la lectura de El largo camino hacia la libertad, la autobiografía de Mandela, es obligatoria e indispensable. A lo largo de más de 600 páginas y con la obvia ayuda de un ghost writer, Mandela cuenta su vida desde su nacimiento hasta el momento en el que es elegido presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones en las que blancos y negros pudieron ejercer su derecho al voto, reforma de la Constitución mediante. Y en el medio, claro, todo el derrotero de su vida, que incluye la génesis del Congreso Nacional Africano (CNA), su labor como abogado negro, la consolidación del apartheid, el tristemente célebre juicio de Rivonia de 1964 y los 27 años en los que estuvo preso.
El largo camino hacia la libertad es un libro que se lee de forma física. Un libro que hace reír y llorar, con el que se discute en voz alta, en el que las interjecciones de asombro o de bronca salen a la luz con sonidos tan nítidos como las onomatopeyas de las historietas. Un libro que educa y que pone en contexto hechos claves para entender la historia como el complicadísimo sistema de tribus de Sudáfrica con una claridad didáctica que enriquece.
Las transcripciones de discursos de Mandela tienen su cénit cuando, en 1964, se celebró el juicio de Rivonia. Todos los procesados podían ser condenados a muerte por traición a la patria en un proceso parcial y viciado de nulidades, y allí es donde se conjugan el hombre y el político que no estaban dispuestos a renunciar a sus ideales, que eran tan básicos como el hecho de defender la igualdad de su color de piel ante la minoría blanca que gobernaba de manera segregacionista su país. La condena, que ya estaba establecida de antemano, fue “favorable” para Mandela y sus camaradas: prisión perpetua en la isla de Robben, el equivalente sudafricano de Alcatraz.
Y entonces es cuando el libro desemboca en los casi treinta años en los que “Madiba” estuvo preso. El detalle de las peripecias que él y los suyos debieron sortear en esos años obligan al lector a pensar más de dos veces en el momento de quejarse por una nimiedad de la vida cotidiana. Va de nuevo: hablamos de un hombre privado de su libertad por su color de piel. Entonces, todo lo que acarrea estar encarcelado se eleva a la enésima potencia. Ahí es cuando aparecen imágenes de una tremenda belleza poética, como el momento en el que Mandela puede abrazar por primera vez en dos décadas a su esposa Winnie o cuando, tras una operación una enfermera le trae un desayuno con huevos y panceta, y su guardia le pide que no lo coma por sus problemas de hipertensión. “Si ese desayuno me mata, estoy dispuesto a morir hoy” es su respuesta, en donde el humor negro se abraza con el reencuentro con un sabor que había pasado a ser casi desconocido para Mandela.
El final del libro, con el inicio de la presidencia de Mandela de su país, sirve como prefacio para El factor humano de John Carlin, que fue adaptado al cine por Clint Eastwood como Invictus, y en donde se analiza el Mundial de Rugby sudafricano de 1995 como reverso a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 o a nuestro Mundial 78 de fútbol. O sea: el hecho de cómo un acontecimiento deportivo puede hacer que la política actúe a favor de la unidad de un pueblo y no como herramienta totalitaria y populista de gobiernos dictatoriales. Pero eso, como se suele decir, es otra historia. Y para llegar a ella no hay nada mejor que antes leer El largo camino hacia la libertad, y volver a confirmar que Nelson Mandela es, sin hipérboles, el político más importante del Siglo XX. Y que van a pasar muchos años para que aparezca un hombre de su estatura moral.