Patti Smith: entre héroes y anónimos

Por: Pablo Strozza

En sus memorias tituladas «M Train» la cantante y escritora recuerda sus periplos en búsqueda de las huellas de sus ídolos y describe su vida cotidiana, donde se ven sus mejores riquezas. Lee a Bolaños y mira The Killing. Y viaja. Una historia oficial fallida de una artista sublime.

 

Bob Dylan marcó el camino desde el momento mismo de su irrupción en escena, a principios de los años 60: para una figura de la música pop era lícito cambiarse el nombre e inventarse un pasado legendario, previo a su desempeño como músico. David Bowie y Patti Smith fueron, en ese sentido, sus mejores discípulos. El primero hizo explícito el homenaje en Song For Bob Dylan (incluida en Hunky Dory, su disco de 1091) y fue hasta las últimas consecuencias al renegar de sus álbumes previos a Space Oddity. Patti Smith hizo algo parecido: no suele mencionar su affaire con el miembro de Blue Oyster Cult, Allen Larnier, y sólo narra sus relaciones amorosas con Sam Shepard, Tom Verlaine y, más que nada, el fotógrafo Robert Mapplethorpe.

patti smithPero cada situación oculta tiene el detective que se merece. En el caso de la Smith fue el escritor Victor Bockris, autor de sendas semblanzas en forma de libro de Lou Reed, John Cale, Andy Warhol y Keith Richards. Bockris publicó una biografía no autorizada de Patti en 1998 (cuya traducción en castellano supo estar en oferta en las librerías de saldos de la calle Corrientes) en donde no queda bien parada: la acusa de ventajera y arribista, de estar siempre en el lugar indicado y en el momento indicado, más allá de su inmenso e indiscutido talento. No es casual que poco después la propia cantante presentara, en Eramos unos niños, su versión de los hechos junto a Mapplethorpe, escritos de forma alucinante pero con un tono sospechoso de cuento de hadas.

Autobiografía, lejos de la revelación.
Autobiografía, lejos de la revelación.

M Train, sus memorias aparecidas al final del año pasado, continúa con el tono de su predecesor en cuanto a su prosa: leer a Patti es, como escucharla, caer enseguida presa de su encanto. Pero la búsqueda de las rutas que transitaron sus héroes (Jean Genet, Frida Kahlo, Sylvia Plath y Arthur Rimabud entre otros), que empieza siendo algo ritual, agota a medida que pasan las páginas, más allá que ella ya lo había advertido en 1972 y que Bockris supo reproducir: “Yo no me tiro a la fama, pero sí adoro a los héroes. Siempre he estado enamorada de ellos. Eso es lo que más me tentó del arte. Pero los poetas se han convertido en pánfilos, existe esa noción de que el poeta es un pánfilo, el joven sensible que siempre se esconde en la buhardilla lejos del mundo, pero no siempre ha sido así. En otros tiempos el poeta solía ser un artista, un actor, y creo que la energía de Frank O’Hara ha vuelto a inspirar eso”.

Y por el contrario, cuando Patti describe su día a día, que transcurre entre hectolitros de café en un bar neoyorquino que lamentablemente cerró, lecturas de contemporáneos (Mankell, Bolaño, Aira, Murakami), series (The Killing a la cabeza, donde supo tener un cameo), viajes, descripciones de su ropa y añoranzas a Fred “Sonic” Smith, su fallecido marido, la lectura gana y uno desea que ese sea el tono contante, algo que no sucederá. Tremenda escritora y performer musical, cuando Patti Smith nos abre la puerta a su mundo privada y escapa de su Olimpo mítico al mundo de los mortales muestra su alma desnuda y se permite el error, tal como ocurrió cuando olvidó la letra de A Hard Rain A-Gonna Fall de Dylan en la ceremonia donde le otorgaron el Nobel de Literatura a His Bobness. Esa es la Patricia que nos encanta y que nos conviene.

 

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