Tuqui, atascado en la red

Por: Tuqui

Nuestro intrépido columnista de actualidad y humor se nos enredó con el pajarito y decreta “Twitter ha permitido que todo el mundo se crea que es alguien”. Un texto imperdible en la era de los trolls, entre tanto blablaba y ñeñeñe escupido en los celulares del mundo.

 

Aunque esta nota está escrita en primera persona del plural, quiero aclarar que no habla de vos. Claro que no. Nunca tuiteaste un insulto, ni aseguraste algo porque te lo contó alguien que ni conocés, ni defendiste a un corrupto con 178 causas penales denostando a cualquiera que lo señalase.

Habla de mí y de los que son como yo, de los que hemos incurrido en (¿casi?) todas las conductas antisociales que se mencionarán.

Aclarado esto, en el habitual estilo tuitero, enunciaré algunas Verdades Absolutas e Irrefutables.

Desde la invención de la rueda hasta nuestros días, la tecnología modifica lo que toca, incluídos nosotros. Así como, a partir de la revolución industrial, el capitalismo y el marxismo se dispararon en direcciones opuestas, la medicina nuclear y las armas nucleares hicieron lo propio a partir de la fisión del átomo. Cada revolución en la historia de la humanidad ha sido el origen de opuestos antagónicos, y hoy hay una nueva disyuntiva creada por la revolución tecnológica. Así tenemos a transhumanistas y biohackers, proponiendo amalgamar lo humano con los últimos avances científicos en pos de organismos más sanos, sabios y perdurables, apuntando a un salto evolutivo, y en el lado opuesto tenemos… las redes sociales.

Vivimos sumergidos, conectados, enchufados a la cloaca digital. El teléfono celular es un órgano más.

Vivimos sumergidos, conectados, enchufados a la cloaca digital. El teléfono celular es un órgano más, el que nos permite comunicarnos con todos los otros a la vez, y uno de los que más duelen cuando nos lo extirpan en un arrebato, un pungueo o un canje por un tiempo más de vida, a punta de pistola, sin que ese Estado que nos cobra impuestos a cambio se seguridad logre hacer algo al respecto.

El progreso de la tecnología incrementa su velocidad exponencialmente, y ha superado con mucho las habilidades humanas para construir una sociedad más equitativa y pacífica. En vez de ética hay IPhones, en vez de estudios tenemos chats, en vez de desarrollar el potencial creativo miramos Netflix, priorizamos las redes sobre los libros.

En vez de ética hay IPhones, en vez de estudios tenemos chats.

No puedo hablar sobre todas esas redes, porque no las frecuento (parte de mi tiempo lo ocupo en vivir), pero presumo que con una será suficiente para expresar lo que quiero decir.

Veamos un poco, entonces, cómo nos comportamos en Twitter, la red del pajarito, mucho menos poblada de pedidos de oración y alabanzas a seres mitológicos que otras, amén.

Twitter Tuqui puteadas

La cantidad de burradas, actitudes fascistas, autoritarismos culturales y fanatismos de todo signo serían motivo de un libro antes que de esta breve nota.

La norma, para nuestra clase de usuarios, es «no tengo por qué atender a las razones de otros porque mi razón es la que vale». La suposición es la hermanita estúpida del razonamiento: las descalificaciones suelen empezar  con «vos seguro que [esto o lo otro] así que sos [la acusación que prefieras], por lo tanto andate a la [destino a elección relacionado con las funciones digestivas o las mujeres de la familia]«.

trollTwitter -me dicen que también otras redes, en mayor o menor medida- ha permitido que todo el mundo se crea que es alguien, que lo que dice es de suma importancia, que su misión en el mundo es demostrar a los demás que solamente un idiota puede pensar distinto. Y sobresalen ciertas obsesiones: macristas que sólo hablan mal del kirchnerismo, kirchneristas que sólo hablan mal del gobierno, judíos que ven mal todo lo que hacen los palestinos, árabes que denostan todo lo que sea judío, montones de personas encerradas cada una en su propia burbuja en la que los estafadores no lo son si pregonan –sólo pregonan– las ideas de su preferencia, y consideran a los habitantes de otras burbujas imbéciles sin destino.

Twitter ha permitido que todo el mundo se crea que es alguien, que lo que dice es de suma importancia.

Las herramientas mas útiles, si uno quiere evitar las úlceras y pérdidas de tiempo, son los botones de bloquear y silenciar. Es razonable: nadie acude a una reunión para conversar con el más estúpido de los invitados, y aquí no se requiere cortesía.

Demasiado temprano se nos ha brindado esta posibilidad de mostrarnos tal cual somos: egocéntricos autoritarios y mezquinos, ignorantes con veleidades de erudito. Todo se comenta, todo se sabe, todo se informa -o se inventa- sin los límites que podrían imponer la educación o el conocimiento fehaciente. Queda al desnudo la avidez, la corrupción y la mezquindad de la clase política, avalada y denostada por unos u otros con objeto de defender el más inútil e improductivo de los derechos: el voto.

Ya no hay argumentos, que la impaciencia ha reemplazado por sonidos despectivos: se defiende a los de ahora diciendo que los otros blablabla, se ensalza a los de antes porque éstos ñeñeñe. Y lo peor es que no nos detenemos a pensar cuán ciertos son blablabla y ñeñeñe, ni cuántas décadas hace que nos vienen blablablando sin anestesia y ñeñeñendo sin vaselinaNo importa la verdad, importa tener razón.

No importa la verdad, importa tener razón.

Las consideraciones sobre la violencia también nos dividen: la violencia contra el grupo que nos incluye debe ser más repudiada que las otras violencias, y al que no lo entienda se lo prende fuego y se lo apaga a sillazos. Si alguien defiende nuestra causa pero sus argumentos no son iguales a los nuestros, será justicia denunciarlo, atosigarlo y exhibir su cabeza en una pica virtual, como ejemplo para otros.

La violencia contra el grupo que nos incluye debe ser más repudiada que las otras violencias.

Una vez comprobado que siempre nos han mentido -padres, educadores, gobernantes-, que nuestra buena fe fue sistemáticamente traicionada, tendemos a confiar únicamente en nosotros mismos y en los que piensan igual, o en quienes nos mienten mejor y nos dicen qué tenemos que pensar. El resto de la humanidad es vagamente considerado el enemigo.

La violencia en las redes nos atraviesa, y sale a la calle cada vez con menos inhibiciones. Todo el resentimiento acumulado contra políticos, jueces, explotadores, músicos de reggaetón y hasta publicidades estúpidas y cargadas de falsedades se vuelve contra los otros habitantes del mundo virtual. Y a veces se materializa. No es necesario que te diga qué sentís cuando se acercan dos personas -posiblemente inocentes- a bordo de una moto, en una calle solitaria.

La violencia en las redes nos atraviesa, y sale a la calle cada vez con menos inhibiciones.

Pero hay una luz de esperanza: podría ser que el desastre ecológico o el cambio climático nos extingan antes de que nos matemos unos a otros, y quedes vos -que, como dije al principio, estás fuera de la nauseabunda miasma virtual- para construir un mundo mejor.

 

Tuqui

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