Comienzan las clases. Arranca el tren del aprendizaje escolar. Cambios de rutinas y nuevas adaptaciones, pero no todos lo atraviesan de la misma manera ni con los mismos tiempos. Las diferencias se hacen más evidentes y esto a veces hace que los padres se sientan más expuestos. Es frecuente que los adultos (también los chicos dependiendo de la edad) se pregunten: ¿Comparto con los otros padres la explicación del diagnóstico de mi hijo? ¿Cuán específico soy? ¿Compartirlo potenciará los prejuicios y la discriminación o favorecerá una mirada más comprensiva y empática?
Agradezco a aquellos padres que con su valentía nos ayudan a pensar los mejores modos de acompañarlos para afrontar situaciones difíciles. Como siempre, la mirada y la intervención deben ser pensadas “a medida” porque cada niño, cada familia y cada contexto escolar es único en su singularidad.
Simplemente a modo de favorecer la reflexión les propongo acompañarme a pensar juntos.
“Hombre soy,
Nada humano me es ajeno”.
Terencio, siglo II a.c.
Muchos padres se encuentran interpelados por gestos, miradas o palabras de otros padres en respuesta a las conductas “inadecuadas” de sus hijos. Suelen hacer verdaderos malabares para neutralizarlas, acallarlas, calmarlas, esconderlas. Esto conlleva un gran esfuerzo tanto a nivel físico como mental-emocional. Entonces se carga con los propios pensamientos y prejuicios acerca de lo que los padres de los niños “neurotípicos” y sus hijos estarán pensando sobre la conducta “inapropiada”. “Seguro piensan que no le ponemos límites y por eso hace tanto berrinche”, “que no le enseñamos modales porque no saluda”, “que es raro porque se esconde debajo de la mesa”, “que es un mal educado porque pega o insulta”. Crecen sentimientos de soledad e incomprensión.
Compartir lo que nos pasa probablemente no cambie al que piensa y actúa de un modo prejuicioso, pero sí podemos darle la oportunidad al que es más empático que se muestre compasivo y esto tiene una enorme ventaja que es que se empieza a construir una red de apoyo en donde sostener y sostenerse.
Es como plantar una semilla y si el terreno y los cuidados lo permiten se enraiza y así crece la compasión.
En busca de las raÍces de la compasión
“La compasión sirve de bien poco
si permanece sólo como una idea
y no se convierte en una actitud
hacia los otros que imprime su huella
en todos nuestros pensamientos
y acciones”.
Dalai Lama (2002)
Desde la perspectiva budista, se define como la sensibilidad y apertura al sufrimiento propio y el de los demás unida a la busqueda activa de aliviarlo y de cultivar el bienestar.
La palabra para referirse a la compasión en tibetano, por ejemplo, es tsewa, que no distingue entre compasión por uno mismo y compasión por los demás. Para el budismo la compasión deriva naturalmente de la comprensión: cuando una persona logra comprender a otra de manera profunda, puede brotar la compasión.
De acuerdo a Gilbert, un reconocido psicólogo clínico de la Universidad de Derby en Inglaterra y autor del libre “La mente compasiva”, la compasión está enraizada en la capacidad biológica del cuidado por otros, sensibilidad al malestar, simpatía , empatía, no juicio y sostener un tono emocional cálido. La auto-compasión es la aplicación de estas capacidades en la propia experiencia. Las personas autocompasivas son genuinamente conscientes de su propio bienestar y son sensibles y empáticos ante el malestar de los demás y pueden ser tolerantes con el malestar sin caer en la autocrítica y en el enjuiciamiento, comprendiendo las causas de este malestar y tratándose a sí mismos con calidez. Si bien en su raíz estaríamos “seteados” para ser compasivos a nivel biológico, las investigaciones dan cuenta de que la autocompasión y la compasión hacia otros se aprende, y por ende debe enseñarse especialmente a aquellos que tienden a ser más auto críticos, ansiosos o con tendencia a la depresión (basado en estudios realizados por psicóloga estadounidense Kristin Neff).
Abrirse puede generar vértigo, miedo y mucho dolor al escucharnos hablar de las dificultades de nuestros hijos sean pequeñas o grandes. Esa voz propia que rebota y vuelve a entrar en nuestro cuerpo nos ayuda a ir pocesando el sufrimiento y a encontrar que no estamos solos ya que si buscamos, todos atravesamos con diferentes grados de cercanía situaciones traumáticas, enfermedades, discapacidades, pérdidas. Esas experiencias son las que nos permiten resonar y entonar con la emoción del otro.
Y eso… alivia.
Recursos:
Lecturas para adultos
“Sé amable contigo mismo” de Keff Kristin
“La mente compasiva” de Paul Gilbert
Para leer con los niños
“Mi lapiz” de Virginia Piñón”
“No pasa nada” de Bianca Martinez Garriaga
“Leo, el retoño tardío”de Robeet Kraus
“El cazo de Lorenzo” de Isabelle Carrier
Videos de youtube:
Por cuatro esquinitas de nada
Cecilia Alais
La autora es Licenciada en Psicología M.N 41943.
Magister en Psicología Cognitiva y Aprendizaje.
Diplomada en Psiconeuroinmunoendocrinología.
Diplomada Internacional en intervención en Autismo.