Insólito debate twitero de la semana sobre el cuerpo Agustina Kampfer

Por: Quena Strauss

La mujer del vicepresidente de la Nación –esto es, la amada de Amado- sorprendió con un desnudo que fue tapa de revista y furor en Twitter. Pero lo más sorprendente de todo fue, quizá., la reacción de gran parte del público frente a esa pechuga sin siliconar. ¿Qué pasó? ¿Ya nos olvidamos de cómo somos en realidad?

Por Quena Strauss

Recostada contra la baranda de una escalera antigua y en una por cierto módica versión de Silvia Krystel en la célebre Emanuelle, Agustina Kampfer –la pareja de Amado Boudou- posó para unas tomas eróticas de esas que se llaman “desnudo cuidado” y (cosas del pimpón de la red de redes) su figura lánguida terminó en la portada de la revista Noticias.

Hasta ahí, si se quiere, ninguna novedad. Las revistas de actualidad, se sabe, se especializan en localizar y llevar a tapa –o, como mínimo, dedicarle un buen despliegue interno- a esas fotos que incomodan a los famosos. Desnudos, besos imprudentes, genitales que asoman y saludan en la playa, parejas clandestinas que se ponen a transar adentro de un Fitito en pleno Palermo Soja suelen ser algunas de esas imágenes que luego algún editor, con gesto pillo, caracterizará como “bomba”.

Sin embargo, en el caso de Kampfer el episodio se volvió realmente interesante no por lo que mostraban las fotos (una chica rojiza mostrando ya el culito, ya las tetitas, y poniendo cara de diva sobre una escalera de lo más menemista) sino por lo que esas fotos generaron en las redes sociales. Esto es, una suerte de “censura colectiva” pero no desde un supuesto moralismo – se trata, recordemos, de la pareja de un funcionario de altísimo rango actualmente procesado por hechos de corrupción- sino desde un ángulo inesperado: lo “inadecuado” del cuerpo en exhibición. Lo “descuidado” del desnudo cuidado.

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Que le faltan lolas. Que por qué no se las hizo. Que Zulma Lobato depilándose luciría más sexy. Qué cómo, con toda la plata habida por su maridovio, “no se las operó”. Que…Quedó claro, por lo pronto, que a “fisiqueros” a muchos argentinos no hay quién les gane. Porque en todo –hasta en un cuerpo joven, “esbelto” y todavía no azotado por esa clase de cosas que suelen traer el tiempo y la necesidad de trabajar- puede ser cuestionado.

Aclaración pertinente: más allá de las bromas políticas casi cantadas (“Así vamos a quedar todos cuando se vayan los K”, tweeteó un ocurrente de los que nunca faltan) lo que primó fue el ojo censor. Y no a que se mostrara sin ropa sino a que mostrar sin ropa un cuerpo sin tunear. Sin haberlo inflado antes, sin haberle colocado, por caso, dos implantes tamaño pan dulce Pamela a la altura del pecho. Porque sólo así, parece, un cuerpo se puede desnudar. Antes, no. Antes no merece siquiera ser retratado.

Cierta frecuentación excesiva de la recta y de la curva (lo que no es panza chata, es popa o pecho hiper combados) parece habernos alterado definitivamente la mirada. Así, hoy lo natural, lo “sin retoque” luce definitivamente obsceno en el sentido más literal de la palabra: fuera de escena, fuera de lugar. Desubicadísimo, vamos. Las lolas sin bisturí molestan tanto justamente por eso: porque nos recuerdan lo que seríamos sin la intervención providencial de una cirugía que nos acerque a lo que –creemos- deberíamos ser.

Hasta aquí, si se quiere, nada demasiado nuevo. En efecto, ya ha pasado antes con muchas otras “famosas” destrozadas en las redes sociales por un rollo al aire o una lola de menos. Por años, a Jennifer Aniston se la acusó de no tener “suficiente pecho” (¿?) como para merecer ser novia de Brad Pitt. Cada tanto los medios buscan sorprendernos mostrándonos fotos actuales de bellezas de antaño, como Linda Carter (la ex Mujer Maravilla) o Bo Derek, aquella “mujer perfecta” según los ochenta. ¿Para qué? Tal vez para eso: para recordarnos que con la belleza no alcanza. Ya no. Y, sobre todo, que cuidadito con dejarnos envejecer. A ver si todavía.

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Lo que impacta, en todo caso, es la inquietante naturalidad con la que hemos ido aceptando eso. La naturalidad con la que nos hemos ido desnaturalizando. Parece un acertijo, pero no lo es. Es, apenas, una constatación: vistos con nuestros ojos domesticados por las geometrías de quirófano y entrenados en curvas que no se encuentran de este lado de la pantalla, no hay ya cuerpo que obtenga un módico “aprobado”. Se van todos a marzo: el de Matías Alé con su cintura bolognesa, el de aquella diva con el cuello de la mujer de casi noventa años que es, el de esta mujer pelirroja que comparte vida y milagros con el vicepresidente que no le desearíamos ni a Kazajistán.

Soplan ya los primeros días de septiembre y los gimnasios vuelven a atiborrarse de deportistas del último minuto. Aquel gurú internacional de la pérdida de peso promete volvernos plumas en siete días. Y, en el medio, la mirada constante y juzgadora, que no cesa. Cualquier mujer que haya osado –como yo, hoy- salir a la calle con las canas al aire, sabe lo que le espera: ser mirada, y remirada, con una mezcla de asombro, piedad e indignación por parte de cada mujer que la cruce “en semejante estado”. Así se trate simplemente de nuestro estado natural: no tan tónicas, no tan delgadas, ya no tan jóvenes.

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Hoy, por lo visto, cualquier forma de rebeldía frente al modelo canonizado de cuerpo femenino se vuelve intolerable. “Tengo que adelgazar”, “Tengo que teñirme”, “Tengo que ir a gimnasia”, “Tengo que” y la obligación que, por ridícula, dolorosa o cara que parezca, me devuelva al mundo de los cuerpos deseables. Nuestro lenguaje cotidiano está atravesado por esas buenas intenciones que nos alejan, por un rato, del infierno tan temido: ése de los cuerpos desechables que- como el producto perecedero que son- deberán ser retirados en breve de la góndola.

“La publicidad sugiere a los individuos que asuman la responsabilidad por la forma en que se ven. La aparición de los primeros síntomas de envejecimiento debe ser combatida mediante un enérgico trabajo de mantenimiento corporal apoyado por la industria de la cosmética, la dieta y el ejercicio”, comenta la socióloga Carolina Laurino en Identidad y percepción social del cuerpo.

Tal vez sea eso: que en todo este affaire de la segunda dama “al natural” (ése que hace días apenas encabezó las búsquedas en Google y dejó en claro que el morbo nacional sigue vivito, y coleando) lo que en verdad salió a relucir fue una flamante forma de intolerancia: ésa de pedirle al cuerpo que sea que sea lo que no es. Que nos mientan también en esto. Que nos digan que todos somos bellos, santos, sabios. Y eternos, de preferencia.

 

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