Vas caminando, ahogás el sollozo y te masticás la bronca. Tenés que seguir.
Mirás para el piso, o para el móvil, que es lo mismo, y escribís. Proponés una y otra cosa. Y otra cosa. Susurrás una puteada pero redactas me encantaría reunirme con vos: que me escuches unos minutos.
Pensás que el ascenso que le dieron al más chupamedia te correspondía a vos, que hace tanto la venís remando, que estudiás todo el tiempo y te tomás todo a pecho. Menos el trabajo de cortejar a tu jefe. Un detalle.
Pensás que en tu caso no se cumple la regla ésa que dice que la tercera es la vencida. Tampoco la que dice que es la cuarta.
Llegás a la parada del bondi. Hoy, es una cuadra. Y escuchás la radio. Es la vez 40 que el tipo del micrófono te dice que hay caos en la ciudad y que no anda en subte. Que te armes de paciencia y no se cuántas cosas más.
Vos porque no estás acá nabo!, susurrás.
Pero el tipo se ríe y te hacés la película de lo fácil que sería tu vida si estuvieses en su lugar. Te imaginás riéndote de todo si pudieses dedicarte a lo que te gusta. Sin tan sólo un tipo te diese la chance de mostrar quién sos.
¿No te das cuenta lo que valgo? ¿Lo que te estás perdiendo al no darme el laburo?, le decís a los fulanos que no te contestan el teléfono. Pero ellos, claro, no te están escuchando.
Viene el bondi y no podés subir porque no entra ni una hebilla. Esperás otro.
Bajás la radio pero te dejás los auriculares puestos para que la vieja que tenés adelante no te agarre de punto para quejarse. Como quien no quiere la cosa, escuchás lo que dice.
-Qué desastre! Se la roban toda y en nosotros, ¿quién carajo piensa?
Te mira buscando complicidad, pero te hacés el boludo. No estás para contener a nadie.
Metalmente te ponés a repasar las cuentas. ¿Qué hago?
Algo se me tiene que ocurrir. Hacés cálculos y no te alcanza. Pensás por dónde recortar y como eso ya lo hiciste elegís a quién le vas a deber este mes.
Entonces, te distraés por un rato y te acordás de tu viejo.
Se murió el viejo. Pero cuando se murió a los 63, nunca se había tomado un domingo de feriado… el viejo..
Se murió sin canas, de un puto cáncer. Justo cuando se había enamorado de nuevo.
Te acordás de su vida. Y de lo que él te contó que fue la vida de tu abuelo. Trabajo y trabajo y trabajo. La constante fue esa.
Tu viejo, que hubiese querido ser escritor o cantor de tangos pero le tocó arrncar limpiando una panadería a los 12.
Tu viejo, que a los 20 andaba con el Aleph de Borges bajo el brazo para que las minas creyesen que era un intelectual. Es el mismo que tenés ahora en tu biblioteca.
Y que se había fabricado un carnet de periodista profesional, también para levantar mujeres cuando iba con esa pinta compadrona a bailar.
Y pensás en tu vieja. Que trabajó tanto y que ni en su mejor momento económico gastó un mango de más.
Que se pone contenta con ahorrar incluso ahora que cobra la mínima. Qué caso tu vieja!. No se toma un remís ni que la maten.. Para ahorrar por si vos, que sos un boludo grande, necesitás algo.
Y cómo la supo remar en los momentos complicados.. Porque así es este país. Nunca te podés relajar mucho, viste?
Te acordás cómo los dos tipos que te trajeron al mundo la remaban y la remaban. Se les caía el mundo a la mierda y se reinventaban una y otra vez para salir adelante. Por las nenas.. Decían.
Llega el Bondi. Te subís y buscás en el mp3 esa canción que escuchabas a los 12, cuando creías que el mundo iba a ser cómo vos lo planeabas.
Canturreas un rato y mirás adentro tuyo.
Tu alma te mira de cuclillas con ojos abiertos. Con pena y con cuerda. Te dice que tenés resto. Que sos el hijo de tal y de cual y que ellos nunca se achicaron. Tampoco te prepararon para abandonar ni para quedarte en el molde.
Te acordás que tu papá te gritaba brava, hijita, brava! Y vos corrías como el viento para demostrarle que, de verdad, lo eras.
Pensás que, se den o no cuenta, vos tenés pasta de campeón.
Agarrás ese alma apichonada y la ponés de pie.
Y juntos, inventan un nuevo plan.
Esta vez, la cosa va a funcionar.