Detrás de tu celular, el mando de la consola de tu hijo, tu LCD, tu GPS, el corazón de las armas teledirigidas y hasta los dispositivos que viajan al espacio hay una misma cosa: coltan, un mineral de importancia estratégica indiscutible, precio exorbitante y mucha pero mucha sangre en su haber. Aquí, la historia que no ves. Y lo que podés hacer para cambiarla.
Por Fernanda Sández
Miniaturización es la primera palabra. En muy pocos años, las enormes pantallas de antaño se volvieron bonsai. Hoy, literalmente, caben en la palma de una mano. Personalización es la segunda palabra. En aun menos años, lo que antes se hacía de a muchos (mirar tele, escuchar radio, ver cine) se ha vuelto algo privado. Coltan es la tercera palabra, suma de otras dos: columbita (óxido de niobio, más hierro y manganeso) y tantalita (óxido de tántalo, más hierro y manganeso).
Pero como esto no es una clase de química, alcanzará con decir que en ese metal (que para los químicos no es en realidad tal cosa sino la unión de otros) está la posibilidad de existencia de todo lo anterior: pantallas mínimas y portátiles, aparatos pequeños e “inteligentes” que nos rodean como un enjambre electrónico, armas y hasta equipamiento médico de avanzada. Y todo tiene un corazón negro. Negro coltan.
La razón: ningún otro “mineral” como éste (del que se extrae otro francamente asombroso: el tantalio) puede hacer lo que él. Entre sus propiedades, los especialistas mencionan la super conectividad, la extraordinaria resistencia al calor y la capacidad de acumular energía por mucho tiempo. Todo esto lo ha convertido en el protagonista indiscutido (aunque no muy famoso) de los hiper conectados tiempos que corren: nadie podría mandar un mensaje de texto, manejar un taxi por Parque Chas sin extraviarse ni recibir información vía satélite de no haber en el centro de cada aparato algo de tántalo.
Hasta aquí, lo evidente: nuestro mundo de gadgets, cámaras minúsculas y consolas capaces de matar zombies a distancia con sólo agitar un mando con nuestra mano depende enteramente de un alma mineral. Lo no tan evidente es lo que quedó al desnudo a principios de este año, cuando una comisión investigadora de la Organización para las Naciones Unidas (ONU) viajó a la República Democrática de Congo, en el centro de Africa, a investigar quiénes y bajo qué condiciones se extraía el mineral del suelo en donde reposa casi el 90% de las reservas mundiales de coltan.
¿Adivinan el final? Sí, claro: explotación, esclavitud, mano de obra infantil, una cifra de muertes escandalosamente alta entre los mineros (en algunas minas mueren no menos de 40 trabajadores por día), derrumbes casi diarios de los túneles en la época de lluvias y, para terminar de complicar el panorama, diversos grupos armados peleando entre sí para quedarse con el monopolio de un negocio que genera millones de dólares al día.
Para los miles de personas que trabajan en las minas, sin embargo, el panorama es bastante menos idílico: ganan el equivalente a 1 dólar diario, trabajan desde la salida hasta la puesta del sol (cuando no permanecen días y días dentro de la mina, o amontonados en campamentos inmundos y patinosos) y lo hacen en un ambiente insalubre por donde se lo mire. Porque, para peor, las mismas características que hacen de éste un metal tan apreciado lo vuelven peligroso, ya que en algunos sitios en donde se lo encuentra aparece asociado al uranio y al radio. Conclusión: muchos mineros terminan expuestos a la radiación sin siquiera saberlo.
Pero esto no es todo, no. En las últimas décadas, el panorama político y social en Congo no podría haber sido más complicado: guerras étnicas, invasiones por parte de sus vecinos Ruanda y Uganda, pobreza extrema, pésimos indicadores de salud, educación y empleo. Y, debajo de ese explosivo panorama político y social, la mayor reserva mundial de uno de los minerales más buscados por la industria.
Justamente por eso de habla del coltan como de un “mineral de sangre”, al estilo de los “diamantes de sangre” que alguna vez hicieron ricos a muchos en Sierra Leona, a costa de la vida de otros. Algo parecido sucede en este caso ya que- como pudo comprobar la ONU, y en terreno- el apetito mundial por el metal hace que las compañías directamente interesadas en su explotación apoyen a tal o cual grupo político (o facción armada) que le permita seguir depredando el recurso tranquilamente.
¿Por qué “depredando”? En primer lugar, porque en el este de Congo, donde se encuentran gran parte de las minas, se han desmontado hectáreas enteras de selva para poder avanzar hacia las profundidades. Eso ha provocado la masiva movilización de trabajadores hacia esas zonas, con el consiguiente colapso de absolutamente todo. En Congo, vale recordar, la expectativa de vida no llega a los 50 años y –tras una guerra que dejó 4 millones de muertos y que terminó “oficialmente” hace años- la población sigue expuesta a toda clase de violencias y privaciones.
¿Se puede hacer algo frente a esto, sin caer en la respuesta hippie de “tiremos todos los celulares, tabletas y GPSs por la ventana, y volvamos al bosque”? Desde luego. En primer lugar sirve, y mucho, no caer en la trampa de la “actualización”. Ergo, si tu celular anda y te sirve, ¿para qué cambiarlo por un modelo nuevo, más caro y nuevamente animado en base a coltan?¿A qué seguir alimentando el círculo sangriento?
En segundo término, buscá información precisa acerca de qué compañías y empresas han tomado (o no) alguna acción precisa para “limpiar” su cadena de proveedores de esclavitud o trabajo infantil, por ejemplo, dos cuestiones asociadas a este material. De hecho, compañías como HP, Intel y Apple han mostrado notables avances en lo que se denomina “tecnología justa” (esto es, aquella que prescinde de los minerales de conflicto porque sus proveedores son minas certificadas), mientras que muchas otras –y te sorprenderías desagradablemente leyendo el listado- todavía están rezagadas en la materia.
Existe de hecho una página (www.enoughproject.org) en donde podés averiguar hasta qué punto la empresa que fabrica tu equipo está haciendo esfuerzos por controlar su cadena de proveedores y cuánto mineral de sangre hay –o no- en tu equipo. Y no es un gesto inútil, no: al menos en Estados Unidos, incluso se ha impulsado en 2010 la ley Dodd- Frank, que obliga a las empresas a transparentar y controlar sus cadenas de proveedores. Y, por horrible que pueda sonar, da resultado. A las compañías, por lo visto, les importa más no perder clientes que ser cómplices en un crimen. Tal el corazón negro del sistema en que vivimos. Pero esa ya es otra historia.
Para saber más
* http://www.enoughproject.org/reports/doing-good-while-doing-well