“Para que me saliera bien la panza tuve que sacarme cien fotos”, confiesa la modelo australiana Essena O’Neill. A ella la conocieron en el mundo a través de sus cuentas en Instagram y en Youtube. Una bloguera adolescente que tenía casi un millón de seguidores en las redes y subía fotos y fotos, miles de ellas, en las que mostraba su delgado cuerpo en miles de poses fotografiadas por su hermana menor que seguía sus instrucciones con paciencia. Nada era tan perfecto como mostraba. Un día, pateó el tablero y decidió denunciar la mentira que había detrás de la vida que “vendía” al mundo virtual. No fue la única ¿Por qué están huyendo las estrellas de las redes sociales?
Su historia se convierte en paradigma de los tiempos que corren. Essena es joven y bella, y potenció eso en la web armando un universo de Barbie superstar que, en un punto, explotó en su cabeza. Entonces, borró muchísimas de las fotos que se tomaba, y empezó a desnudar lo que confesó era una mentira. Pero fue más allá. Ella, que se había convertido en una figura reconocida mundialmente y que, a partir de la web había podido conseguir trabajos como modelos para importantes compañías, armó una página para ayudar a los adolescentes a prescindir del “Me gusta” del Facebook o de los corazoncitos de Instagram. Lets be gamer changer (Seamos los que cambien el juego) busca eso. Entonces, repasa las fotos que antes subía. Sobre la imagen de una foto en la que aparece sonriendo, con el pelo cayendo en ondas y una camperita que se resbala de sus hombres, se escucha su voz en off que dice: “Ahí ves que no hay maquillaje pero había taaaaanto maquillaje para que no lo pareciera…”. También revela que tenía que mostrarse feliz cuando tenía puesta esa ropa que nunca nunca usaría en su vida. Eso la atormentaba. Ahora Essena prepara un libro en el que contará la trastienda de las vidas artificiales que muestran las redes. Intentará pinchar la burbuja de fantasía y difundir otros valores ligados al veganismo, la vida sana, la aceptación del cuerpo. La chica ha confesado en su propia web que lo que determinó su decisión fue leer los comentarios que le dejaban a diario, todos apuntados a su costado más artificial. Cosas del tipo: “¿Cómo puedo bajar de peso?”, o “Dame un tutorial de maquillaje, por favor!”. Entonces la rubia tuvo un ataque de angustia: “Yo no podía entender por qué a todo el mundo parecía importarle tanto mi vida personal y mi estética. En mi cabeza yo tenía mensajes positivos, pero no estaba siendo yo misma. Era sólo una versión de mí, una que aprobaba y amaba la red social”.
La australiana no fue la única. A su movida le siguió la de Socality Barbie, la cuenta estrella de los fanáticos de Instagram: la versión hipster de la muñeca más famosa del mundo. Socality es un movimiento evangélico cool que intenta apuntar la mirada hacia lo profundo, la contemplación, el ser verdadero, desde una estética melanco chic. Esa cuenta de la Barbie más hipster fue creada por una fotógrafa de bodas y trató de criticar eso que, en el fondo, le sonaba a vacío. La creadora que se vio sorprendida al ver la repercusión que tuvo su “criatura”, que de pronto se convirtió en una celebridad. Darby Cisneros, que mantuvo durante mucho tiempo su anonimato, decidió abandonar las redes luego de haber satirizado ese mundo reality show con pinceladas cool, y posando junto a su muñeca escribió: “Comencé SB como una manera de burlarme de todas las tendencias de Instagram que pensaba que eran ridículas. Nunca en un millón de años llegue a pensar que recibiría la cantidad de atención que recibí, pero por eso mismo se abrió una puerta a muchísimas discusiones geniales como: la forma en que decidimos presentarnos a nosotros mismos online, las locas cantidades de tiempo que nos tomamos para crear una vida perfecta en Instagram, y cuestionar nuestra autenticidad y motivaciones. Ha sido un agrado dirigir esta cuenta pero creo que el trabajo de SB ya está hecho”.
Por detrás de ellas, de su éxito y su despedida, resuenan ciertas preguntas: ¿cómo nos mostramos en las redes? ¿Por qué compramos la fantasía que nos construyen en ellas y en los medios? Quizá nos pesa el ideal, obedecer a él o tratamos de ahuyentarlo, pero ¿quién no cae en el morbo de ver fotos del tipo: “La famosa actriz deja ver sus imperfecciones”, o “la celulitis de las estrellas”? Hace un tiempo, en Borderperiodismo, la nota “La vida por un “Like” de Quena Strauss hablaba de ese tiempo en el que la autoestima pende de un dedo. Se refería en parte a esto, a la adicción que genera el “me gusta”, la aceptación social ¿Aprendimos a vernos como productos y nos vendemos como tales? ¿Somos editores de nuestra propia identidad? Hace poco veía las fotos del casamiento de alguien que conozco. Se veían todas bellas, felices, salidas casi de una publicidad de champagne. Pero alguien, un invitado, había sacado sus propias fotos y había fotografiado con su celular a la pareja: la luz era mala, el ángulo no era el mejor, y ambos tortolitos habían salido con los ojos rojos. El autor de la foto los había etiquetado y en el muro ambas realidades, la de las fotos subidas por los novios y la del invitado que los había retratado, hablaban como en contrapunto, como si fueran dos realidades paralelas que hacen equilibrio a un lado y el otro del espejo. Para escapar de eso, en parte, Essena, la australiana, dijo «chau».