Muerto Bin Laden, Estados Unidos quedó sin una de sus necesidades vitales a la hora de mantener su liderazgo en el mundo: un enemigo claro y temible. Kim Jong Un, líder de Corea del Norte y heredero de una dinastía militar que ya lleva medio siglo en el poder, vino a ocupar ese sitio. Aquí, retrato de un rival que es todo eso que Washington podría soñar.
Por Jorgelina Zamudio
Un hombre cuya edad no se conoce a ciencia cierta, porque todo a su alrededor es un secreto. Sólo se sabe que cumple años en enero, pero nunca cuántos, aunque se sospecha que pasó los treinta. Alguien cuya familia gobierna Corea desde 1948 –cuando su abuelo llegó al poder- y que desde entonces se mantiene allí apelando a métodos que darían envidia al mismísimo Macbeth. Alguien en cuyo país Internet está prohibida (menos para él, claro) y en donde el culto a la personalidad se traduce en estatuas doradas del líder, del padre del líder y del abuelo del líder aquí, allá y más allá.
Un hombre paranoico y capaz –cuando se siente traicionado- de los castigos más crueles, como el que descargó sobre su tío y consejero cuando creyó intuir que planeaba un golpe en su contra: lo habría hecho devorar por una jauría de 120 perros, en un terrorifico –pero ejemplificador-show que duró casi una hora y media y al que todos los jerarcas del régimen debieron asistir.
Hablamos de Kim Jong Un, presidente de Corea del Norte desde 2011 y el hombre que vino a colocarse el traje de “enemigo público número uno de Occidente” que dejara vacante Bin Laden luego de su muerte. Un hombre regordete y enigmático al que en su país se lo llama “Amado líder” y cuya actitud desafiante frente a los Estados Unidos le sirve a los gobiernos de ambos países para reforzar la idea de una diferencia y un enfrentamiento que quizá no sea tal. Porque, y en primer lugar, ¿será todo tan real como parece? ¿Será todo tal cual cuenta la mayoría de los medios de este lado del mundo?
Porque, por sólo poner un ejemplo, la estrella de basquet Denis Rodman (por quien el presidente norcoreano siente tal admiración que incluso lo ha invitado a visitar el país) aseguró luego de su vista al país que “su novia, que se decía que había sido fusilada, y su tío, de quien se afirmaba que tras su ajusticiamiento lo habían tirado a los perros, estaban a mi lado”. Lo que está fuera de toda discusión es que a los dos les conviene mostrarse en veredas opuestas.
A Corea del Norte, autodefinido como país “socialista”, desoír los reclamos de USA a favor de la desnuclearización la coloca en un lugar de destaque internacional (así sea por las críticas que arrecian tras cada nuevo ensayo nuclear). Y también le sirve –fronteras adentro- para ratificarse como un país “independiente” de los Estados Unidos y sin temor a nada. Tanto es así que el gobierno norcoreano llegó a tildar a Barack Obama de “mono negro y malvado” sin que se le moviera un pelo.
A Estados Unidos, por su parte, un enemigo como éste (tercera generación de déspotas militarizados, practicante convencido del nepotismo –toda su familia, incluyendo a su hermana, tienen cargos altísimos en la administración pública- y cuestionado por las Naciones Unidas a raíz de sus violaciones a los derechos humanos) también le viene como anillo al dedo. Nadie añoraría a un policía global si no hubiese también en el planeta figuras como Kim Jon Un, capaz de hambrear a su pueblo hasta límites inimaginables o de mantener activos varios campos de concentración en donde los enemigos políticos del régimen son torturados y asesinados sin más.
Lo que también está fuera de discusión en lo publicado en febrero por la Organización para las Naciones Unidas (ONU). Esto es, un informe de la Comisión de Investigación sobre delitos de lesa humanidad cometidos en ese país. El documento recoge el testimonio de emigrados y de sobrevivientes de esos campos, quienes contaron todo con lujo de detalles, incluyendo dibujos que ilustraban en qué consistía cada forma de tortura a la que fueron sometidos). Se habla allí de desapariciones forzadas, abortos compulsivos, asesinatos, muertes por inanición y torturas, por lo que se habla de violaciones “graves, sistemáticas y generalizadas” a los derechos humanos básicos. Corea, como era de prever, rechazó el informe y por boca de su representante ante la ONU argumentó que “la creciente campaña en temas de derechos humanos llevada a cabo por fuerzas hostiles a Corea del Norte, incluida la instigación a la Comisión para que arribe a afirmaciones muy poco razonables, como la remisión a la Corte Penal Internacional, representa un intento desesperado de eliminar por todos los medios nuestro sistema social”.
Sin embargo, el informe de las Naciones Unidas coincide en un todo con otros formulados por agencias tales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Todos ellos hablan al unísono del alarmante el nivel de atrocidades cometidas por el régimen norcoreano, en donde no sólo ser opositor sino también no ser “lo suficientemente leal” puede significar la persecución para el disidente y toda su familia en un país al que no se puede entrar ni salir libremente.
Por eso también algunos analistas ven en el régimen norcoreano una suerte de dinosaurio político de los que ya no existen y de los que Estados Unidos (aun después del escándalo de las aberraciones de Guantánamo) necesita desesperadamente para posicionarse como el mal menor frente a un gobierno dado a lanzar misiles como si se tratara de fuegos artificiales, ya con tres ensayos de armas nucleares en su haber y un cuarto (según denunciaron las autoridades de Corea del sur ) previsto para este año.
Desde el régimen de Kim Jon Un, por otra parte, no para de arrimar pretextos a la hoguera en la que el “amado líder” arde vivo a los ojos del mundo. Porque –en un contexto de censura y aislamiento político casi total- poco se sabe de la vida cotidiana en la era Kim. Y, ciertamente, lo poco que trasciende es siniestro (como la supuesta ejecución de su tío, a dentellada limpia), indignante (como la total ausencia de libertad de prensa) y hasta ridículo (como aquella noticia- luego puesta en duda por los medios occidentales-según la cual todos los hombres del país debían llevar un corte de pelo idéntico al del primer mandatario). ¿Dónde está la verdad? Tal vez a ninguno de los dos le convenga que la sepamos. Porque, como bien apunta Umberto Eco en su maravilloso libro Construír al enemigo, contar con buenos rivales es parte fundamental de cualquier identidad. “Véase qué le sucedió a Estados Unidos cuando desapareció el imperio del mal y se disolvió el gran enemigo soviético. Peligraba su identidad hasta que Bin Laden le proporcionó a Bush la ocasión de crear nuevos enemigos reforzando el sentimiento de identidad nacional y su poder”. Tal vez, entonces, no resulte tan descabellado pensar en el jefe de estado norcoreano nada menos que como el Bin Laden de Barak Obama. Pero sólo el tiempo dirá por dónde pasa la verdad que hoy se nos escapa. Para saber más: http://www.amnesty.org/es/region/corea-del-norte http://www.hrw.org/es/news/2014/02/17/corea-del-norte-la-onu-deberia-actuar-ante-denuncia-de-atrocidades http://www.cidob.org/es/documentation/biografias_lideres_politicos/asia/corea_del_norte/kim_jong_un