La ampliación se intentó aprobar con la reforma electoral, pero se frenó por el rechazo de sectores de votarla «a las apuradas». El consenso existe entre todas las fuerzas, pero el debate se pospondría. Con el aumento salarial que llevó los sueldos en el Congreso a $ 140 mil con pasajes y gastos de representación, la creación de 50 nuevas bancas implicaría un costo de casi $ 100 millones al año, sin contar a los asesores.
Esta semana, la Cámara de Diputados amaneció convulsionada. Pero no porque estén dándole las puntadas finales al Presupuesto 2017 o negociando cambios al proyectos de obras públicas de Propiedad Público-Privada, sino por la noticia de que los legisladores decidieron aumentarse sus sueldos un 47%. La medida generó críticas hasta entre los propios diputados, pero no será la única. Otra decisión “antipática”, por lo autobenéfica, se está debatiendo y que tiene mucho mayor consenso: el aumento de la cantidad de bancas que integran la Cámara.
En rigor, desde hace años persiste este debate. Quienes sostienen que es necesario incrementar el número de bancas, se amparan en la necesidad de evitar desproporciones entre los distritos. En la actualidad, por ejemplo, se necesitan muchos menos votos para ser diputado por Tierra del Fuego que por Buenos Aires. Las críticas son las obvias: el aumento generaría más burocracia y por ende, más costos a un Estado que, sólo por sueldos, necesitaría presupuestar al menos $100 millones de pesos adicionales, con sólo considerar la nueva escala salarial vigente.
Pero este año, por primera vez, se generó un mayor consenso en torno al tema: lo apoyan sectores del oficialismo y de la oposición, desde radicales y macristas a peronistas y trotskistas.
El problema es que aumentar la cantidad de bancas implica siempre tomar una medida antipática, ya que significa más gasto público para mantener a la política, -y a los políticos, que suelen rechazar ser considerados una casta-.
Todos los proyectos en danza en el recinto rondan en la propuesta de sumar 50 bancas, lo que implicaría no sólo un presupuesto millonario para el salario de los nuevos diputados sino otro adicional para sus respectivos cuerpos de asesores. Los impulsores del proyecto aseguran que no será necesaria una ampliación presupuestaria, sino que se reacomodarán las partidas con las que cuenta actualmente el Poder Legislativo. Algo difícil de cumplir, ya que con octubre incluido, el Congreso lleva ejecutado el 80% de su presupuesto, por lo que readecuar los fondos disponibles mplicaría bajar el sueldo de los legisladores o hacer un ajuste que no suele ser común en el parlamento.
Hace dos semanas, cuando la Cámara baja aprobó la reforma electoral, la ampliación estuvo a punto de ser debatida en el recinto. Aunque lo niegue en público, en el Congreso apuntan a Sergio Massa como uno de los más fervientes operadores en favor de la ampliación. Sus críticos más filosos sostienen que el líder del Frente Renovador creería poder ser uno de los más beneficiados con la medida por una cuestión simple: la provincia de Buenos Aires sería la que más bancas sumaría, al pasar de las 75 actuales a cerca de 100.
En plena sesión del miércoles 19, el tigrense empezó a moverse para sumar voluntades para tratar la reforma ese mismo día, aún cuando todavía no tenía dictamen de comisión. No estuvo solo. El presidente del bloque del PRO, Nicolás Massot, le siguió la corriente y empezó a convencer a diputados del radicalismo. El argumento, endogámico, era alentador para los oídos de dirigentes políticos: muchas provincias tendrían más bancas para repartir. Pero fue el jefe del bloque radical, Mario Negri, el que terminó cerrando la discusión. “No podemos aprobar ese proyecto entre gallos y medianoches”, repetió hasta hacer mermar la ola de euforia política que había llevado a algunos legisladores a especular con que la reforma pasaría desapercibida en la agenda, al coincidir con el día de la marcha de #NiUnaMenos.
Tras el frenesí de rosca política, en los pasillos del Congreso se calmaron las aguas. Ahora -dietazo de por medio- creen que ya no queda tiempo para que la ampliación sea tratada este año, aunque hay coincidencias en que tarde o temprano el debate va a resurgir. Lo más probable, sin embargo, es que no se llegue a incorporar para las elecciones del 2017.
Hay por lo menos tres proyectos ya presentados. De todos los colores. Uno de ellos pertenece a la diputada del Frente de Izquierda Myriam Bregman, que cuenta con las firmas de los kirchneristas Diana Conti y Omar Plaini. La diputada, sin embargo, fue una de las que más fuertemente criticó el autoaumento salarial y pidió derogarlo. Su proyecto, sin embargo, es el que crearía mayor burocracia: propone aumentar los miembros de la Cámara de 257 a 328 diputados. Respecto a las erogaciones presupuestarias, Bregman, como suelen sostener desde FIT, propone que los legisladores cobren lo mismo que un docente (generalmente lo equiparan a un director de escuela), sueldo considerablemente menor a los 80 mil pesos que cobra un diputado y que aumentará a 140 mil pesos, con pasajes y otros gastos de representación. Con apenas tres diputados del FIT para apoyar tamaño recorte, esa alternativa parece inviable, más aún en un Congreso donde la mayoría de los bloques donan parte de sus salarios a sus partidos para sostener “la política”. Para la izquierda, la ampliación es seductora porque su representación minoritaria podría sumar bancas desde el territorio bonaerense y en Salta.
También Margarita Stolbizer (GEN) y Carla Carrizo (UCR-Cambiemos) tienen proyectos presentados en el mismo sentido. Ambas, llevando la Cámara a unos 300 diputados. La provincias más beneficiadas, aparte de Buenos Aires, serían Córdoba y Santa Fe -dos distritos que en conjunto tiene más electores que la Ciudad de Buenos Aires pero menos diputados), como Mendoza, Tucumán y Salta.
En tiempos de grietas políticas, la idea de sumar diputados aúna a la izquierda con el kirchnerismo, al massismo con el oficialismo, al radicalismo con el peronismo y al progresismo con los conservadores. Mientras discuten tiempos de ajuste, la clase política parece preocuparse por su ombligo. Que encima cuesta millones.