“Tengan cuidado, estas lapiceras son traídas de Bolivia, con esto fue el fraude allá. Te borran la firma. Cada uno lleve su lapicera para firmar en el voto. Difundan”. El mensaje que circula en Twitter, Facebook y grupos de WhatsApp argentinos está acompañado por un video, en el que un hombre raya un papel en blanco con una lapicera. Luego, pasa un encendedor por las líneas recién hechas y estas desaparecen. Una mujer, al parecer boliviana, relata en off: “Confirmado, vean el bolígrafo, vean el fuego: desaparece la tinta. Así que mucho ojo, a llevar su bolígrafo familia, amigos”. El mensaje tiene importancia en Bolivia, donde los ciudadanos eligieron entre el presidente Evo Morales o el opositor Carlos Mesa marcando con una cruz en una única boleta de papel. Pero parece perder sentido en Argentina.
Quienes lo difunden en los grupos de activistas macristas, explican cómo sería la versión argenta del fraude de la lapicera mágica: “Si firmamos con el bolígrafo de ellos, borrarán nuestra firma de la planilla y va a ser como si no hubiéramos votado. Qué vergüenza”, se indigna quien escribe, una persona no identificada que asegura que la información sobre el fraude contra Mauricio Macri le llegó desde un “recinto” PRO.
Por extraño que parezca para un gran número de personas, muchas otras retuitearon y compartieron estos mensajes entre sus conocidos en los últimos días, indignadas por el supuesto truco para adulterar los resultados de las elecciones argentinas del 27 de octubre. BORDER consultó a la Cámara Nacional Electoral sobre la viabilidad de la teoría y el secretario de actuación electoral del organismo, Sebastián Schimmel, aseguró que “no existen esas posibilidades”.
Schimmel recordó que existe una serie de pasos que el elector argentino realiza antes de firmar con la lapicera que le proporciona la autoridad de mesa y retirarse. Y le restó importancia a esta teoría. “El elector hace su identificación con el DNI y tiene que estar en el padrón. En ese momento, los fiscales hacen un control cruzado, tienen derecho de verificar la identidad y en caso de sospechas fundadas, impugnar la identidad (cosa que no suele ocurrir). Después de emitir el voto, el elector no sólo firma en el padrón, que sería la firma que alguien puede pensar que puede borrarse, si no que además se desprende un troquel de constancia de votación y se le entrega. Que se repita un voto en esa ubicación del padrón, no lo veo posible”, explicó el representante de la Cámara Electoral.
https://twitter.com/juani_macia/status/1187762227719409669?s=21
En 2015, cuando las elecciones provinciales de Tucumán terminaron con urnas quemadas y graves incidentes (una situación similar a la que se registró en Bolivia recientemente), Sergio Massa propuso incorporar una lapicera electrónica para evitar los problemas que se generan en la carga de resultados. Se trataba de la “E Pen Voting”, un bolígrafo con cámara y bluetooth capaz de registrar los trazos y enviar la información escrita por los presidentes de mesa directamente al centro de cómputos.
Los autores de la iniciativa que presentó el entonces candidato a presidente del Frente Renovador fueron su cuñado, el senador bonaerense Sebastián Galmarini y Alberto Fernández, quien en ese momento era el jefe de campaña de Massa. “Lo escribimos en la oficina de Sergio”, recuerda Galmarini en diálogo con BORDER y asegura que aunque nunca se le dio importancia a la idea, “es la mejor solución para resolver la diferencia que se da entre el recuento provisorio y el recuento definitivo”, que suele tener que ver con “un problema en la carga de datos”.
“La lapicera es más barata que el voto electrónico y no encarece el sistema actual. Te da el máximo nivel de seguridad y el máximo de velocidad”, insiste Galmarini cuatro años después. De la lapicera mágica que podría usarse para hacer fraude en estas elecciones, se burla: “Es una pavada. Puede suceder en una mesa, pero cada fiscal o autoridad con la lapicera de la casa. Es imposible”.
Por qué “prende” la teoría
Quienes sembraron sospechas públicas sobre un posible fraude de la oposición fueron integrantes del propio Gobierno, figuras vinculadas al oficialismo y hasta el Presidente. Después de las PASO, Elisa Carrió denunció que “hubo problemas de fiscalización y mucha trampa”. El actor Luis Brandoni aseguró que “si no hay fraude, ganamos en primera vuelta”, y Mauricio Macri tuiteó antes de la veda un largo hilo en Twitter sobre cómo cuidar el voto y hasta recomendó “grabar con tu celular” cualquier situación irregular.
Juntos por el Cambio elaboró incluso un manual titulado “Cómo nos hacen fraude electoral (y cómo evitarlo)”. El instructivo recomendaba a los fiscales hacerse “amigos del presidente de mesa” para evitar que “se apoyen” en otros fiscales de la oposición. “Los que hacen fraude aprovechan eso a su favor. No lo permitas, acompañalos”, advertía el texto, que circuló en los mismos grupos de WhatsApp en los que hoy hablan de la tinta que se borra con fuego.
Para el consultor político Carlos Fara, las teorías conspirativas “influyen sobre el propio público duro” y funcionan por lo que se conoce como “sesgo de confirmación”, una tendencia que tiene que ver con que “la gente está predispuesta a creer teorías o conspiraciones que confirman sus sospechas previas”. Sin embargo, Fara asegura que “es absolutamente marginal la posibilidad de fraude tal cual está diseñado el sistema, aún con los defectos que pueda tener” y explica a BORDER: “Lo que el oficialismo quiere hacer es generar algún tipo de duda sobre el resultado, algo que en las PASO no se tradujo en ninguna denuncia concreta”.
El analista internacional Lisandro Sabanés, quien actuó como veedor de la Universidad Nacional de La Plata en elecciones en distintos países, asegura que el sistema argentino “es muy bueno” y “funciona en muchos países de Europa, estados de Estados Unidos y Uruguay”. “Es un sistema que podría mejorarse, pero que desde el ‘83 para acá en elecciones presidenciales nunca tuvo denuncias de fraude sustentables”, agrega.
Latinos desconfiados
Como docente, investigadora y analista de medios, Adriana Amado agrega un ingrediente clave para analizar el fenómeno de las teorías conspirativas: la desconfianza que reina en la región. “Latinoamérica es el continente más desconfiado. Según las cifras de la organización Latinobarómetro, sólo dos de cada diez personas confían en el otro. Esto significa que no solamente desconfían de sus instituciones, también desconfiamos de los otros ciudadanos. Y en esa desconfianza es que se construyen todas estas teorías conspirativas”, explica Amado a este portal.
Ese nivel de desconfianza actual en los otros, que para Amado se mantendrá, se traduce entonces en lo que ella llama “teorías del absurdo”, que circulan de manera directa en redes y grupos de WhatsApp, donde no se requiere ni el más mínimo chequeo de la información. Pese al panorama desolador, Amado asegura que estas teorías tienen un lado positivo: “Contribuyen a poner en un estado de alerta a la población como yo no veía desde el comienzo de este periodo democrático. Mientras hace unas elecciones atrás te llevabas un telegrama a tu casa y decías ‘uh, qué plomo, voy a dar parte de enfermo’, hoy hay muchísima gente que se propone para ser fiscal. Eso nos habla de una participación ciudadana que no tenía antecedentes”.