Desde hace varias semanas el Banco Central viene experimentando cierta calma en la cotización del dólar y muchos se aventuran a pensar en la normalización de la crisis que afectó a nuestro país recientemente.
Pero siendo realistas, lo que suceda en la economía argentina en el futuro cercano depende de manera creciente de dos cuestiones fuera del control del Gobierno: las elecciones presidenciales y el clima financiero internacional.
La incertidumbre que genera el escenario político no es nueva pero está muy lejos de resolverse, con encuestas para todo gusto y escenarios diversos, es difícil que inversores y hombres de negocios rompan una actitud de cautela.
En el plano internacional y después de un mes de diciembre malo, enero fue una bocanada de aire fresco para las finanzas globales, con los principales índices accionarios reportando ganancias y nuestro riesgo país descendiendo desde la preocupante cifra de los 840 puntos básicos para ubicarse cerca de los 630.
Ahora bien, luego de la firma de los dos acuerdos con el FMI el año pasado, el margen de acción en política económica es muy exiguo, y ese es otro elemento adicional de preocupación. ¿Qué capacidades tiene la Argentina para absorber un eventual shock negativo?
El ministro Nicolás Dujovne se ha encargado de asegurar en numerosas oportunidades que nuestro país está en condiciones de atravesar este desierto de dólares sin sobresaltos gracias a los generosos desembolsos pactados con Christine Lagarde. Las mínimas compras del Central y la eventual suba de 15 centavos de la última jornada no parecen más que leves señales.
Sin dramatismo, no se puede omitir que esta ayuda financiera es de carácter condicional y requiere de la aprobación periódica de ciertas metas económicas. Hasta el momento Argentina cumplió, pero existen crecientes muestras de escepticismo sobre la posibilidad de respetar la ambiciosa meta de superávit primario estipulada para el año en curso.
El dólar depende de manera creciente de dos cuestiones fuera del control del Gobierno: las elecciones presidenciales y el clima financiero internacional.
Estas dudas obedecen esencialmente a dos factores: todos saben que en Argentina los años electorales, en especial los presidenciales, son años en que el oficialismo tiende a tener un comportamiento más dispendioso que lo habitual de las arcas públicas.
Por otro lado, el significativo ajuste fiscal en curso tiene el riesgo de afectar, junto con la actividad, la capacidad de recaudar. Al respecto, el último dato, con una recaudación cayendo cerca de 10% en términos reales encendió algunas alarmas.
Con este panorama, la apuesta pasa por consolidar un esquema monetario de control de agregados, respetando el sendero de no intervención pactado y evaluando la oportunidad para bajar la tasa de interés, dando alivio al castigado sector productivo.
Así, el Gobierno promueve nuevamente el famoso “carry trade”, incentivando el rebalanceo de carteras de inversión desde dólares a pesos, con el objetivo de mantener dólar e inflación bajo cierto camino de previsibilidad.
Como mostraron los sucesos de abril y septiembre del año pasado, la apuesta es arriesgada. Nuestro país se encuentra bajo un esquema altamente vulnerable a shocks externos y sin las herramientas que le permitirían poner en práctica una política anticíclica.
En definitiva, el oficialismo procurará que el “veranito financiero” se prolongue y le permita -cosecha mediante- llegar a las elecciones con algo más de margen. Sin embargo, las noticias que llegan desde el lado real de la economía (la industria cayó un 5% en 2018 y el comercio no para de dar cifras negativas, por citar dos casos) evidencian una vez más los efectos adversos de la estrategia elegida.