Todavía no hace dos meses de la asunción de Jorge Capitanich como Jefe de Gabinete, pero ya quedaron en evidencia las grietas de la jugada política de la presidenta Cristina Kirchner.
La Presidenta, en lo que muy probablemente haya sido su último intento fuerte para recuperar la agenda perdida, había colocado a Jorge Capitanich como interlocutor de todos y todas, a Axel Kiciloff al frente de Economía y por último entregado al Polémico Moreno -el adjetivo vuelto sustantivo hace referencia al mote que Clarín siempre le espetó al secretario de Comercio del kirchnerismo, si hasta en broma se decía en la redacción del Gran Diario que el corrector automático anteponía la palabra “polémico” cada vez que un periodista tipeaba “Guillermo Moreno”-.
Esa jugada inteligente, que hasta le valió una tregua con el Grupo Clarín y con el diario La Nación, se fatigó más rápida que lentamente primero con el motín policial, luego con el pánico a los saqueos y finalmente con los muy reales y molestos cortes de luz. La ineficacia en el manejo del sector energético, comandado por Julio de Vido -a quien Cristina sigue protegiendo a pesar de su cuestionadísima gestión- terminó de desgastar al flamante jefe de Ministros que algunos veían presidenciable.
Y, por supuesto, la estocada final para un Gobierno en retirada fue el largo descanso de la Presidenta en El Calafate, sumado a la previa ausencia por su operación. Suman casi dos meses de ausencia, en un país que sólo funciona a fuerza de liderazgos fuertes. Está claro, el kirchnerismo, con todo lo que se le elogia y critica, dependió siempre de sus dos figuras fundacionales: Néstor y Cristina. Y la Presidenta sufrió un desgaste tremendo entre el drama personal y la difícil conducción del país. Ese trajín sumado a la derrota en las elecciones legislativas y la mala imagen que el Gobierno encuentra en cada encuesta encargada, apuraron el principio del fin.
No es ésta una columna para criticar o alabar los diez años de kirchnerismo. Es este un espacio para advertir lo que propios y extraños ya saben: CFK decidió correrse del juego, al no tener posibilidades de ser reelecta y no encontrar una figura de su confianza que pueda torcer el rumbo del cambio de color político en 2015. La centroderecha espera agazapada, mientras las viejas miradas de recelo hacia el gobernador Daniel Scioli se vuelven guiños de amistad forzosa. Como muestra, dicen, vale un botón: el antes enemigo número uno del Gobernado, el vice Gabriel «durmiendo con el enemigo» Mariotto tiene hoy mejor diálogo con el motonauta que con su Jefa.