Aprietes, saqueos, inflación, devaluación, conspiraciones, ausencias y reapariciones. El juego de la política en su máxima expresión. Pero un juego que deja siempre heridos a lo más débiles.
«Ya está, perdimos. Ahora hay que tratar de sostener los principales logros del modelo para que no se los lleve el vendaval», explicaba la semana pasada un funcionario del Gobierno que cree firmemente en las políticas implementadas en los últimos 10 años. Diálogos como este se repitieron en al menos tres despachos de Gobierno. Palabras más, palabras menos, es lo que señalan en privado funcionarios de los tres poderes y de distinto rango.
Fue Maurice Closs, el gobernador de Misiones, quien lo dijo con cierta crudeza, pero no tengan dudas de que expresa el pensamiento mayoritario del kirchnerismo. «No podemos terminar como Alfonsín o como en 2001», lanzó a micrófono abierto.
En el frente de batalla, donde las licencias como las de Closs no están permitidas, están el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el ministro de Economía, Axel Kicillof, cada vez más notoriamente enojados con la prensa, los grupos económicos, los opositores… Por ahora la Presidenta no asume el costo de la derrota y se muestra poco. Habrá que ver hasta cuándo puede sostener esa estrategia.
Hermes Binner, uno de los cuatro postulantes serios para 2015, expresó sin pelos en la lengua que «seguramente» existen sectores que especulan con el fin del Gobierno antes de 2015. Mientras Capitanich siguió apuntando fuerte a Shell y uno de sus directivos como «conspiradores» por las corridas con el dólar.
También lo hemos dicho antes, pero es bueno recordarlo: a ninguno de los cuatro presidenciales le conviene una salida anticipada. Políticamente, Daniel Scioli se vería afectado con una retirada antes de tiempo, por caso. Sergio Massa pelea por derramar al resto del país su caudal electoral en la provincia de Buenos Aires y Mauricio Macri está en la misma disyuntiva, pero con sus votos en Capital. Los dos necesitan tiempo.
El problema con los aprietes del mercado, que los hay, es que responden menos a cuestiones de política partidaria que a intereses económicos.
Que las petroleras o las cerealeras quieran desestabilizar para generar ganancias extras es un escenario más que posible y poco tiene que ver con el «buen clima de negocios» que pretende un gran sector del empresariado, a quien le conviene una transición pacífica y una devaluación controlada. En definitiva, ninguno de los cuatro candidateables es enemigo del mercado.
Algunas muestras positivas son las sumas fijas pactadas por tres gremios (bancarios, choferes de larga distancia y aceiteros). Es una forma de contener la escalada inflacionaria y dejar la discusión para un momento más propicio. La suba de las tasas, que decidirá el Banco Central en reunión de directorio, es una importante señal que esperan los mercados. No lo quiere hacer el Gobierno, pero la presión es fuerte y es vista por muchos como una forma de frenar el drenaje de divisas.
Pero la gran reunión que definirá la posibilidad de bajar los decibeles políticos será esta tarde entre el Gobierno y las cerealeras. Con agenda abierta, los representantes de Cargill, Nidera, Bunge y Dreyfus, entre otros, hablarán de tu a tu con Juan Carlos Fábrega, titular del Central y el ministro Kicillof. La pretensión del Gobierno es la liquidación de los granos acopiados, unas 7 millones de toneladas según las estimaciones. Mientras la Mesa de Enlace ya salió a decir que un dólar a 8 pesos «no es un incentivo para liquidar cosechas» y sigue presionando al Gobierno con todas sus fuerzas para devaluar más, esta reunión es fundamental para tratar de desactivar esa operación. La necesidad de regular el ingreso de dólares para calmar las aguas es prioridad. Tiene que ver con inyectar dólares y bajar las expectativas del mercado y de los pequeños ahorristas, correr el eje de la inflación y el dólar, negociar mejor con los gremios y ganar un poco de aire. Aire que en el oficialismo, cotiza más alto que el dólar blue.