Una de las frases de cabecera de la actual administración fue “volver al mundo”. Con el arreglo de los “hold out” el camino quedó despejado para que nuestro país se reinsertara plenamente en las finanzas globales, pero ¿qué aconteció en estos tres años?
Desde el estallido de la crisis los argentinos han “fugado” más de 50.000 millones de dólares. La tendencia, de profundizarse, enciende las alarmas en un año donde el Gobierno pretende llegar a las elecciones con un dólar calmo que esta semana mostró inquietud.
El regreso la Argentina a los mercados de deuda fue a toda orquesta. Así se sucedieron colocaciones de deuda de todo tipo y color: privadas, públicas, nacionales, provinciales, en dólares, en pesos, indexadas, de corto plazo y hasta se nos concedió la excentricidad de emitir un bono a 100 años.
Como suele suceder en los mercados financieros, la reversión fue abrupta. Hace algún tiempo el economista argentino Guillermo Calvo acuñó el término de “sudden stop” para ejemplificar el particular comportamiento de los flujos de capital hacia naciones emergentes.
En su análisis, señalaba que estos frenos súbitos en los flujos de capital que ingresan a un país pueden -inicialmente- no estar estrictamente relacionados con un cuestionamiento a la solvencia de éste, pero pueden devenir rápidamente en una profecía autocumplida donde los fondos salen porque se percibe inestabilidad, y se percibe inestabilidad porque los fondos salen.
La crisis de balance de pagos que sufrió nuestro país el año pasado parece una evidencia más, de las tantas, de lo riesgoso que puede resultar salir a navegar las aguas de las finanzas internacionales sin las debidas precauciones.
Los números indican que bajo la gestión de Cambiemos ingresaron al país, en términos brutos y según estadísticas del balance cambiario del BCRA, alrededor de 390.000 millones de dólares. ¿Cómo puede esto interpretarse como algo negativo? Los flujos financieros no son intrínsecamente ni buenos ni malos, pero su volatilidad puede tener efectos nocivos para la economía.
Para citar un ejemplo, durante los 28 meses comprendidos entre diciembre de 2015 y marzo de 2018 ingresaron al país en concepto de formación de activos externos 50.639 millones de dólares. Esto significa que los argentinos “repatriaron” dinero que poseían en activos externos. En 10 meses y desde el estallido de la crisis, se fueron 51.340 millones.
Preocupa el dato de enero pasado, donde egresaron 6.965 millones de dólares, el segundo valor más abultado desde el pico de la crisis en mayo pasado.
Esta volatilidad exacerbó el comportamiento de variables macro en el corto plazo. Muchos analistas señalaron la apreciación cambiaria que experimentó nuestro país durante los años 2016 y 2017. Aviones repletos a Miami y colas de kilómetros para cruzar a Chile o Paraguay fueron una simple muestra de ello. Un déficit externo de casi 5% del PBI nos hace preguntar si aquel nivel era sostenible.
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En sentido inverso, cuando liderados por los grandes fondos de inversión internacionales, no residentes como residentes comenzaron a abandonar sus posiciones en activos domésticos, el efecto fue el contrario: brusca devaluación, llevando el dólar por encima de los 40 pesos, inflación y recesión.
Los egresos en concepto de Formación de Activos externos en la era Macri totalizaron los 63.311 millones de dólares. Preocupa el dato de enero pasado, donde egresaron 6.965 millones de dólares, el segundo valor más abultado desde diciembre de 2015, tras el pico de la crisis en mayo pasado, que acumuló 7,426 millones fugados.
La reacción oficial fue la de trasladar culpas. Un fenómeno externo, una “tormenta” difícil de predecir conspiraba contra lo que se creía el despegue definitivo de nuestra economía. El error consiste en creer que los mercados financieros -por sí solos- solucionarían las largas tensiones que persisten al interior de nuestro entramado productivo y social.
El error consiste en creer que los mercados financieros -por sí solos- solucionarían las largas tensiones que persisten al interior de nuestro entramado productivo y social.
Los acontecimientos recientes han dejado en evidencia que, distante a la idea arraigada de “puente” hacia el desarrollo, los flujos de capital también pueden ser fuente de inestabilidad y crisis. Tal vez sea tiempo de tomar nota.