Si en nuestra última columna dejamos en claro que la estrategia del oficialismo (o sea, de Cristina Kirchner) es mantenerse en el poder a como dé lugar, hoy hubo dos señales en las que vale la pena detenerse para comprender los cómo.
La primera es la frase de Florencio Randazzo, ministro de Interior y Transporte. «Hay candidatos del oficialismo que representan a los monopolios económicos», señaló, en clara referencia al gobernador Daniel Scioli. Y esas palabras denotan los recelos que genera el gobernador entre los «hijos dilectos» de CFK. Ellos aún tienen dos años de gestión por delante, y saben que tienen que aprovechar cada día para reinventarse o alejarse de los cargos que importan. Algunos ya decidieron mostrar su lealtad a Scioli, mientras la mayoría se mantiene en silencio o cerca de la Presidenta, por temor a ofuscarla. Los que sólo se sienten «soldados» no sobrevivirán al recambio, porque CFK ha demostrado su forma implacable de conducirse incluso con los amigos (recordemos al pobre de Juan Manuel Abal Medina). Los más inteligentes sabrán callar hasta que se acomode el tablero, mientras que los osados (como Randazzo) que se animan a discutir las mal llamadas «candidaturas naturales», se la juegan el todo por el todo para aspirar a algo más de la cuota de poder que ostentan hoy.
El segundo dato, en apariencia más complejo de analizar, es la designación de Gerardo Zamora, ex gobernador de Santiago del Estero (una de las provincias más pobres y retrasadas del país) como presidente provisional del Senado, cargo que lo coloca segundo en la línea sucesoria de la Presidencia. El radical kirchnerista, calificado de traidor por la UCR, tiene muy pocos amigos en el Congreso, pero la venia presidencial -y el expreso pedido de «no jodan» que transmitió el secretario Legal y Técnico Carlos Zannini- alcanzaron para colocarlo como virutal sucesor directo ante cualquier ausencia de CFK ya que Amado Boudou camina por la cuerda floja.
¿Cómo se entienda esta decisión? Las explicaciones son diversas y todas plausibles: que Cristina quiere debilitar al peronismo para fortalecer su conducción personalista; que busca mostrar apertura hacia otros partidos (como lo hizo para su primera elección colocando a Julio Cobos como vice); que quiere dar una señal de transversalidad; y una larga lista de etcéteras. Pero, más allá de la verdadera motivación de la Presidenta para tomar una decisión tan inesperada, lo que importa es comprender el mensaje que deja. Y ese mensaje es tan claro como el agua: «La jefa soy yo».