Las señales fueron débiles al principio: que el acuerdo por un monumento, que la inauguración de una oficina de Facebook, que un llamado telefónico.
Todos los medios, incluídos nosotros, dimos cuenta del evidente acercamiento de posiciones entre dos de los tres mandatarios más importantes del país. Cristina Kirchner y Mauricio Macri se empezaron a tutear, dejaron atrás los tiros por elevación, cuando no las agresiones directas, y comenzaron a hacer lo que para cualquier otro país sería una obviedad: conversar, gestionar, a pesar de las diferencias ideológicas.
Hay que decirlo, fue CFK quien puso un mundo de distancia con su colega MM. Pero la inminencia de las elecciones, la imposibilidad de una re reelección, y la innegable dificultad para gobernar en el tramo final de un ciclo que cumplirá 12 años en 2015, hicieron cambiar de parecer a la Presidenta. Es sano que el Jefe de Gobierno de la principal ciudad argentina tenga una agenda compartida con «la presidenta de todos los argentinos», y es hasta entendible el enojo de Cristina con los medios que critican ahora lo que pedían días atrás.
También es comprensible que todos seamos escépticos con respecto a las verdaderas intenciones del Gobierno nacional. Vamos a contar aquí el porqué del acercamiento.
La política es por sobre todas las cosas, un juego de alianzas. La gestión de CFK ha ido en búsqueda de ello, primero al hablar de transversalidad e incluir a Julio Cobos en su primer mandato. Dolida por lo que el peronismo llama una traición del ex vice mendocino, y sumida en el duelo por la muerte de Néstor, Cristina fue cerrando esa ideal original en lo que se convirtió en una estructura ciento por ciento verticalista.
Pero la otra característica de la política es el pragmatismo. Y la primera mandataria comprendió, a fuerza de perder imagen positiva desde aquél aplastante 54% en 2011, que «lagente» le está pidiendo diálogo. Lo comprueba a diario con las encuestas que mira y lo vive en carne propia con su incómodo aliado, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli.
Es eso lo que pide hoy el electorado: políticos de administración abierta, diálogo franco y menos dogmatismos partidarios.
Macri, representante de una porción del electorado diametralmente opuesta la peronismo, es la figura ideal para demostrar apertura. Y lo es no sólo por ser uno de los líderes de la oposición, sino porque (y principalmente) encuentra serias dificultades para armar un proyecto que lo lleve al sillón de Rivadavia. Lo hemos explicado en otras columnas, pero ese escenario (Macri presidente) sólo sería posible mediante un acuerdo con el FAU o con Sergio Massa. Aún hoy es una incógnita esa alianza, y las negociaciones están empantanadas. Ese freno en el acuerdo entre el PRO y otras fuerzas se explica en gran parte por la audaz jugada de la Presidenta, que sigue el proverbio «mantén a tus amigos cerca, y a los enemigos más cerca aún» a rajatabla. Estrategia pura.
«Cuando yo dialogo, es un pacto, cuando lo hacen otros son muy civilizados; ni pacto ni nada, esto es sentido común», argumentó la jefa del Estado en el acto inaugural de un tramo de la autopista Illia. Macri señaló a su vez: «Es una buena noticia que estemos los dos acá juntos, no para nosotros, sino para todo el país».