El reality show de la actualidad lleva a Tuqui a viajar en el tiempo y analizar las mentiras sobre los próceres y fantasear sobre sus sucesores actuales y mundanos. Porque la historia de la Historia también necesita un poco de humor.
En su Psicopatología del vínculo profesor – alumno Rodolfo Bohoslavsky explicaba con claridad que ese vínculo es gerontocrático (el más grande sabe, el más joven es bobo, se calla y escucha), maniqueísta (amados niños, a continuación les diré qué está bien y qué está mal) y conservador (las cosas están bien así y el que crea que no se va ya mismo a la Dirección).
–Sarmiento, exiliado, cruzó los Andes a pie —dijo la maestra, emocionada—. Y escribió «¡Bárbaros, las ideas no se matan!«, con carbón, en los hielos de la cordillera.
Lo creí sin dudar, porque lo había dicho la maestra, porque era muy chico y porque entonces no tenía idea de lo ancha que es la cordillera y el espantoso frío que la cubre por las noches. Pero no pasó mucho tiempo antes de que intentara emular a don Domingo, al menos en una pequeñez.
Mis esfuerzos por escribir con carbón en el hielo fueron vanos. No se puede, lo juro. Hagan la prueba y verán.
Años después supe que, según algunos historiadores, Sarmiento ni siquiera se llamaba Domingo, sino Faustino Valentín. Andá a saber.
Por entonces solíamos hinchar el pecho para cantar Mi Bandera, cuya segunda estrofa dice
…»cuando altiva en la lucha y victoriosa
la cima de los Andes escaló…»
No era verdad. La bandera del Ejército de los Andes —que no fue argentino, sino una coproducción argentino-chilena— no era la de Belgrano. Era mitad blanca y mitad azul, según se dice. Claro que a estas alturas uno se pregunta si no será, también eso, una mentira.
Porque en la tapa de los manuales escolares solía aparecer San Martín, un hombre alto y poderoso —según se deducía de la comparación con su blanco caballo—, sobre la cabalgadura erguida en dos patas en la cima de un pico andino.
Y con el tiempo averiguamos que la cordillera se cruzaba en burro o en mula, y en el caso de uno de los pocos generales que me caen bien, ninguna de ambas cosas: mayormente cruzó arrastrado en una camilla, consumiendo opiáceos para calmar los dolores que le provocaba su úlcera. Tampoco sé si esto es verdad.
Por otra parte, ¿qué haría una persona razonable cruzando las montañas por la cima en vez de rodearlas? El que diseñaba la tapa de aquellos manuales puede haber sido estúpido, pero no San Martín. Al menos eso sí nos consta.
En cuanto a la estatura, en el museo puede verse la cama del Libertador y, exagerando un poco, diría que en ella al querido Jorge Guinzburg le hubieran quedado los pies de afuera. Un gran hombre, sí. Alto, no.
Cuando uno no estuvo presente en algún hecho histórico y le han mentido tanto con dioses, con próceres que cambian de personalidad según quién gobierne y con cosas más graves aún, desconfía de todo.
«El que cometa un delito irá preso», parece hoy el principio de un cuento de Ray Bradbury. Nadie lo cree, porque ya es evidente que no es verdad.
En el curso de pocos años hubo en los colegios Educación Democrática —que ensalzaba la libertad de expresión en un país donde decir «Perón» estaba prohibido—, ERSA (Estudio de la Realidad Social Argentina), Instrucción Cívica, etc. Nos enseñaban, por ejemplo, que «la democracia es el gobierno del pueblo».
Pero los golpes militares, por contraposición, le han hecho creer a la gente que, a grandes rasgos, democracia es elegir periódicamente a alguien para que multiplique su fortuna durante 4 años -¡a veces 8, a veces 12!- y volverse a casa después sin que nadie le pida explicaciones, cobrando por añadidura una pensión obscena en comparación con el salario medio.
Al «pueblo» nadie le pregunta nada, nunca. Referendum, plebiscito y recall (sobre todo recall) son palabras en desuso desde hace décadas.
Las nociones sobre comunismo se reducían a tres palabras: Marx feo caca. La Anarquía, por supuesto, es un período caótico de la Historia Argentina, entre 1819 y 1823… y nada más. Al parecer era fundamental que los educandos conocieran a Hitler, Mussolini o Stalin, pero no a Bakunin, Kropotkin y Di Giovanni.
La Historia ha sido escrita y reescrita tantas veces que tal vez, en unos años, se hable de cuando Néstor cruzó los Alpes, liberando a Suiza y poniendo los fondos de Santa Cruz a plazo fijo.
O de cuando Cristina inventó la máquina del tiempo para adecuar los hechos a su discurso, haciendo que San Martín cruzara la cordillera antes de la declaración de independencia (abogada temible más que exitosa, diría yo).
O de cuando Mauricio, apenas asumió, terminó con la supremacía de la timba financiera, excluyó el salario del impuesto a las ganancias y aniquiló la inflación.
¡Feliz 9 de Julio! 🇦🇷 pic.twitter.com/vf6ToZ5QWZ
— Mauricio Macri (@mauriciomacri) July 9, 2017
O de cuando Massa, funcionario del (y funcional al) kirchnerismo, denunció la corrupción que lo rodeaba e impulsó los juicios de los jubilados.
Los libros dependen de su autor, y lo histórico no es una excepción.
Hago mías las palabras del preclaro erudito e insuperable comunicador Roberto Navarro (el primero y único en informar que ganó Scioli):
Lo mejor parece ser leer mucho de lo que escriben todos, observar la realidad, sacar conclusiones y obrar en consecuencia. Como si fuera cierto, pero sabiendo que, quizás, en unos pocos meses ya no lo sea.
Tuqui