Hasta Blonde, se podría decir que el currículum vitae del neozelandés Andrew Dominik como director cinematográfico era muy bueno. Chopper, retrato de un asesino (2000), El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), Mátalos suavemente (2012) y dos documentales sobre Nick Cave y Warren Ellis: One More Time with Feeling (2016) y This Much I Know to Be True (2022) eran sus paradas fílmicas previas antes de abordar en clave de ficción la vida de quien fue, quizás, el ícono sexual femenino más trascendente del Siglo XX: Marilyn Monroe.
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Blonde está basada en el libro del mismo nombre escrito por Joyce Carol Oates y publicado en el año 2000. De entrada la autora se encargó de afirmar que su novela era una versión libre de la vida de la Monroe, para que no tenga el status de biografía a la hora del análisis literario. De ahí que en la película aparezcan mencionados de modo ambiguo hombres como Joe DiMaggio, Arthur Miller o John Fitzgerald Kennedy, todos ellos vinculados sentimentalmente con Marilyn, ya que en el libro son nombrados como “El ex deportista”, “El dramaturgo” y “El Presidente”, respectivamente.
Hechas estas aclaraciones, y sin olvidar que el film dura 166 minutos, la primera conclusión a la que se arriba es que Blonde es una película fallida y una oportunidad desaprovechada. Narrada de manera cronológica, en su inicio el foco es la infancia traumática de la pequeña Norma Jean Baker (nombre de pila de Marilyn), la ausencia de una figura paterna y una madre cuya mente poco a poco se derrumba hasta quedar internada en un hospital psiquiátrico.
El sufrimiento de Marilyn durante su paso por el Planeta Tierra (pocas veces se ha visto a una actriz llorar tanto en un film como a Ana de Armas en su interpretación de la protagonista de Some Like It Hot), el fuego y el padre que no está pero que desde algún lugar promete volver a conocer a su hija son cuestiones que recorrerán toda la película. A eso habrá que sumarle una relación conflictiva con su sexualidad (producto de un abuso) y un deseo genuino de ser madre que se frustra por sendos abortos. Este último tópico es encarado desde un lugar, cuanto menos, antojadizo y burdo, y con una exageración agravada por la repetición, que no contaremos por temor a la maldición del spoiler. El capricho también se repite a la hora de mostrar a la Marilyn feliz con imágenes en colores (por ejemplo, en los inicios de su matrimonio con Miller) y a la desdichada con secuencias en blanco y negro.
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Y es en blanco y negro que están rodados los últimos cuarenta y pico de minutos, desde un separador en forma de placa que anuncia que estamos en 1962 (año de la muerte de Marilyn). Ese es el momento en el que el film toma un giro narrativo inesperado, y las imágenes pretenden emular ese fluir de la conciencia sin un eje expresivo tan común en las películas de David Lynch desde Mulholland Drive en adelante. Y esa es la falla final: Dominik no se atreve a romper del todo con la narración, debe contar partes de la historia inevitables (la relación de Marilyn con JFK, resuelta también de un modo vulgar, con una cita a la saga de La pistola desnuda que intenta pasar por una alusión a la crisis de los misiles con Cuba) y las metáforas oníricas dan cuenta de ideas tan básicas como las de cualquier corto de un estudiante primerizo de cine que liquida su narración con la trillada frase “Y esto fue un sueño” (el despertar de Marilyn ensangrentada tras haber soñado con los hijos que no fueron).
Producida por Brad Pitt, y con música de Cave y Ellis (sólo es destacable el bello valsecito que suena tras el casamiento de Marilyn y Miller), Blonde pica en punta a la hora de los Premios Razzies: los anti Oscars a los peores films de año. Una pena, por Ana de Armas (más allá del guión y de las lágrimas, su interpretación es muy digna) y por la memoria de Marilyn Monroe. Un mito como el suyo espera, de una vez por todas, su biopic definitiva. Algo que Blonde no es ni por asomo.
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