Un documental de poco menos de tres horas, dividido en dos partes y dieciocho capítulos, que partió sobre un material crudo que sumaba la friolera de más de 530 horas de extensión, y que demandó un total de nueve meses de visualización completa para a partir de ahí dar con el guión correspondiente y el recorte de la historia que se desprendió de esas filmaciones de televisión, que casi ni se vieron en su momento. El juicio, la nueva película de Ulises de la Orden (director de Vilca, la magia del desierto; Marea y viento y Nueva mente, entre otras), que tuvo su estreno mundial en el último Festival de Cine de Berlín y que se proyectará en la Argentina a partir de abril de este año, es la exploración del proceso judicial que en el año 1985 condenó por crímenes de lesa humanidad a miembros de las juntas militares de la última dictadura argentina. Un registro que, si bien empieza con los alegatos que dan comienzo al juicio y finaliza con la sentencia, va y viene con las imágenes, juega con las voces en off y los tiempos muertos y sirve como un complemento de la ficción, basada en hechos reales, de Argentina, 1985 de Santiago Mitre.
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Las únicas imágenes que se ven en El juicio son las del hecho histórico en sí. Y, en la mayoría de los casos, lo que se ve en función a los testimonios de quienes pasaron por el recinto son las nucas de los declarantes. Es una gran virtud del director jugar con esa limitación y traerla como algo a favor, dada la potencia de las alocuciones. En muchos casos, también, De La Orden deja que la familiaridad de las voces de personajes conocidos como, por ejemplo, Miriam Lewin o Graciela Fernández Meijide sean las que dominen la escena. Por supuesto que esto se da por la potencia y la crudeza de sus testimonios. Para seguir con el mismo caso: el relato impresionante de Lewin sobre sus días como secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada inquieta más aún al conocer de antemano su tono vocal.
También conmueve tener un registro real de la cercanía entre los jueces, los militares y los fiscales Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo, y la tensión entre éstos y los abogados defensores de los acusados, con toda clase de chicanas y argumentos por casi ridículos por parte de los últimos. Estos comentarios desembocan, en algunas oportunidades, en risas que actúan como necesarios puntos de distensión ante los demenciales discursos de Emilio Massera o Leopoldo Galtieri, y ante las largas evidencias sobre torturas; privaciones ilegítimas de la libertad; robos de toda clase, incluidos bebés; asesinatos y demás atrocidades cometidas por quienes ejercieron el gobierno entre 1976 y 1983 en la Argentina.
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La comparación con Argentina, 1985 de Santiago Mitre es inevitable pero al mismo tiempo inexacta. Primero en principal porque no aplica el paralelo entre una película basada en el proceso que llevó a Strassera a ser quien fue contra un documental que narra, con imágenes verdaderas y sin recreaciones, el juicio en sí. Pero si se pueden analizar las recreaciones de la ficción en cotejo con las reales. Y en ese caso, la actuación de Laura Paredes al narrar el parto en cautiverio de Adriana Calvo de Laborde se potencia al ver lo desgarrador del speech original, y las intervenciones de Peter Lanzani como Moreno Ocampo también suman muchos puntos. Y el alegato final de Strassera en la piel de Ricardo Darín, como era de esperarse, se empequeñece un poco al revivir en cara y cuerpo al desaparecido fiscal. Pero ya: ni una cosa es mejor que la otra, o viceversa. Son solamente charlas para que se den entre amigos en una sobremesa. Lo concreto es que El juicio viene a completar y a sumar lo ya sembrado por Argentina, 1985. Dos caras de una historia que siempre debe estar presente entre los habitantes de este suelo para que nunca más vuelva a repetirse.
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