El grito de la victoria, su comentada biografía, no es ni un buen o un mal libro: es un libro innecesario y para nada pet friendly. Su increíble anecdotario de maltrato infantil de mascotas y la omisión ¿temerosa? de su relación con Ottavis.
“¿Te animás a reseñar el libro de Viky Xipolitakis? ¡Tiene escenas de maltrato animal infantil! Te mando una versión on line. ¡Dale!”. La propuesta de uno de los editores de #BORDER me sorprendió. Hay pocas personas más alejadas del mundillo de la farándula argentina en el staff de este sitio que este humilde servidor, pero el desafío y la curiosidad pudieron más que todo. Y acá estoy, frente a la computadora, en un intento de comentario sobre un fenómeno del que sólo sabía que costaba $900 en todas las librerías del país.
El grito de la victoria surgió de una idea que tuvo el periodista brasileño Lissandro Kaell un año atrás, y que contó con una respuesta positiva de Xipolitakis, “Porque el libro te inmortala (sic)”. A partir de ahí, y a través de diez capítulos, se presenta un recorrido por la vida y la “obra” de esta mujer más conocida por su centimetraje mediático que por sus cualidades artísticas.
Lo primero que sorprende es que lo que pensé que era una hipérbole ganchera por parte de mi editor para convencerme de la nota (“¡Hay maltrato animal infantil!”) es ciento por ciento verdad. En la parte dedicada a su infancia se describe, en tono que intenta ser jocoso, varias “travesuras” de la protagonista con animales como personajes secundarios: Viky que confunde a una tortuga con un alfajor y le pega un mordiscón. Viky que quiere sorprender a su hermana con un dálmata de regalo y decora con témpera a un perrito blanco. Viky que le come la oreja a un conejo. Viky que da vuelta una pecera con resultados espantosos para sus habitantes… Anécdotas que bien pudieron haber sido obviadas en el momento de la escritura para bien de todos y más que nada por el de la actriz principal de la historia.
Acto seguido, el único momento verdaderamente serio del libro: la anorexia que sufrió Viky en su adolescencia. “Fue el único momento de mi vida en el que se me borró la sonrisa de mi cara. Cada vez que iba al doctor me ponía piedras en los bolsillos para pesar más, no tenía ni fuerzas para levantarme de la cama, tomaba todos los días 9 litros de agua y 2 pavas de mate enteras, me barrió todos los nutrientes, era un cadáver caminando, por verme más linda casi pierdo la vida”, dice Xipolitakis, y las fotos que acompañan este texto dan fe que no exagera ni un ápice. Un punto a favor ahí.
A partir de ahí, el libro naufraga entre experiencias religiosas, una aclaración sobre el episodio que la tuvo como improvisada conductora de un vuelo aéreo de línea (“En ese momento no sentí el peligro ni había tomado conciencia del hecho”), frases que dan cuenta de su personalidad como “No me hagan bowling” o “No estoy embergada, estoy procesada”, aclaraciones sobre sus operaciones estéticas (reconoce sólo dos), una omisión adrede a su relación con José Ottavis y fotos, muchas fotos, la mayoría con ella ligerísima de ropa.
El grito de la victoria no es ni un buen o un mal libro: es un libro innecesario. Un libro con un solo destino posible: las mesas de saldos de las librerías de la Avenida Corrientes, donde muchas veces volúmenes como éste son redescubiertos y pasan a ser objetos de culto gracias al innecesario consumo irónico, tan en boga en estos días. Pero la pregunta que se impone es obvia: si hoy el libro cuesta $ 900, ¿cuál será el precio de saldo? Tendremos esa respuesta, si este pronóstico se cumple, en unos meses. Mientras tanto el mundo continúa girando y Victoria Jesús Xipolitakis facturando. Así. Con una sonrisa.