El lunes, Pamela Cañete, una oficial inspectora de la Policía Bonaerense, hizo una denuncia de este tenor por primera vez en dieciocho años de carrera. Lo que ocurría en la comisaría 5ª de Avellaneda era demasiado. Desde el sector de los calabozos llegaban gritos, se escuchaban golpes contra rejas y puertas, y pedidos de auxilio: “¡Sáquenlo, que lo van a matar!”. Según su relato, alguien había abierto el calabozo de un preso, había hecho ingresar allí a unos veinte presos y había cerrado el candado. Lo estaban linchando.
El jefe de la comisaría, subcomisario José Luis Gutiérrez, no le permitió a la oficial Cañete quedarse en ese sector, ni dejar constancia de estos hechos en el libro de guardia. Y el segundo jefe le dijo que se fuera de franco. En un hecho inusual, la mujer salió de la dependencia con el uniforme puesto y se presentó en la fiscalía N° 4 de ese departamento judicial, donde expuso ante la fiscal Mariela Montero su versión de todo lo que estaba ocurriendo en su lugar de trabajo, en una denuncia a la que accedió BORDER.
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La fiscal fue entonces a la comisaría, que queda en la esquina de Emilio Zola y Lincoln, en Wilde. Por el desmadre, llegaron familiares de los presos, un equipo del GAD (Grupo de Apoyo Departamental) y personal de la Auditoría General de Asuntos Internos del Ministerio de Seguridad. La fiscal le tomó declaración al preso atacado, de nombre Juan José Martínez. El GAD hizo una requisa importante. Al final del día, el preso Martínez fue trasladado a otro lado y a la oficial Cañete le sugirieron que se buscara otro destino. Cayó la noche.
#BORDER llamó a la fiscal Montero al día siguiente, para saber si llamaría a declarar al jefe de la comisaría y al resto del personal, qué se había encontrado en la requisa (ante versiones policiales que mencionan desde droga y celulares hasta una sierra eléctrica y una amoladora) y dónde estaba ahora el preso herido. La Unidad Funcional de Instrucción sobre Crimen Organizado N° 4 de Avellaneda se especializa en: estupefacientes, violencia institucional, robo de mercadería en tránsito, violencia en espectáculos deportivos y delitos vinculados a los desarmaderos de autos. La fiscal dijo que el episodio del lunes fue “una reyerta entre detenidos”, y que el subcomisario no tenía por qué ser citado: “No hay nada. No pasó nada”, sostuvo la funcionaria.
Pero según lo que declaró Cañete, y por el revuelo que este episodio generó en la semana dentro de la Bonaerense, algo pasó. La comisaría tiene un sector con cuatro calabozos, que tienen lugar para unos veinte detenidos. Ese día había cuarenta y tres. Martínez estaba aislado, sólo en una celda. A media mañana, el subcomisario Gutiérrez le pidió a la oficial Cañete las llaves de las celdas, “aduciendo que quería ir a buscar un secador”, y fue para ese sector con tres policías jefes de calle. Media hora después, volvió y le entregó las llaves a Cañete “y se fue a su despacho”.
Después de esto, arrancaron los gritos. Cuando Cañete se acercó vio que en el calabozo de Martínez había ahora veinte presos encerrados junto a él, golpeándolo. Éste tenía la nariz rota y gritaba “¿por qué me metieron a toda esta gente?”. Otros gritaban “¡sáquenlo, que lo van a matar!”. La oficial Cañete declaró haber visto en esa escena agua que corría por debajo de la puerta y un alargue que suelen utilizar para llevar electricidad a esa zona, que permanecía enchufado. El testimonio es claro: Martínez estaba solo en un calabozo hasta que Gutiérrez bajó con las llaves de los calabozos. Después se produjo el intento de linchamiento.
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#BORDER recogió varios testimonios de personal policial que estuvo presente. “Parecía que se iban a escapar”, dijo una de estas personas. Contó que afuera había familiares que gritaban: “¡Suelten a los presos!”, y que se vivió un clima extremadamente tenso. Incluso un comisario inspector que llegó desde Departamental de Policía de Avellaneda y vio lo que pasaba, dijo: “Está todo mal en esta comisaría…”.
Con respecto a la requisa en los calabozos, varios dijeron que el GAD encontró: teléfonos celulares, cocaína, marihuana, cuchillos e incluso una amoladora o agujereadora. Una mujer asegura que le dijo a la fiscal: “Esto acá lo vivimos todos los días. El sábado, estábamos las dos solas acá con la inspectora Cañete. Si ellos se escapaban nos podrían haber hecho cualquier cosa. Tenían tiempo, si no había nadie en la comisaría”.
Con respecto a los detenidos, aseguran que algunos solían pasar varias horas al día en el despacho de los jefes. “Hace años que estoy en comisaría. Jamás vi algo así. Eso es porque les permiten todo. Les dejaban hacer cualquier cosa. Era hora que pasara esto”, dijo una de las fuentes. Y sobre el detenido Martínez, una versión circulante recogida también entre personal policial de Avellaneda sugiere que su situación de aislamiento en un calabozo exclusivo no era por castigo, sino por su estatus dentro de la dependencia, donde estaba privado de la libertad en el marco de una causa por drogas.
Todo lo ocurrido en estos días en Wilde tuvo en vilo a varios jefes policiales de la Bonaerense durante esta semana. Y debería generar movimientos en los próximos días en la Auditoría de Asuntos Internos, el organismo que se ocupa de investigar el mal desempeño del personal policial, desde corrupción policial, abuso de autoridad, violencia o indiferencia policial y, en la actualidad, también trabaja con un protocolo específico con perspectiva de género.
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