A Marcelo Balcedo le cuesta conciliar el sueño en la estrecha celda de la cárcel central de Montevideo. Cuando puede, le sube el tono de voz al teléfono a sus interlocutores. Les grita. Se niega a reconocer la realidad contrastable: su poder se esfumó. Da órdenes como en sus días de apogeo. “Que hacé esto; que hacé lo otro…” Algunos de sus ex empleados ya le cortaron el celular.
Sus (ex) abogados también se cansaron. El otrora hombre fuerte del sindicato Soeme aún no se da cuenta de que los tiempos cambiaron, que sus gritos no tienen quién los escuche y que su estrategia judicial-política crujió de vieja. Huele a naftalina. Por ese motivo, dos veces se le fueron sus abogados en Uruguay.
Balcedo está muy complicado. Todo indica que pasará largos años en Uruguay, pese a que este miércoles se aprobó su pedido de extradición. La cuestión es clara: primero será juzgado en Uruguay, y de ser condenado deberá cumplir la pena que le quepa en ese país. Recién después, podrá regresar a su país. Para volver a ser juzgado.
Hay una cuestión de causas “espejo”, una a cada lado del charco. En Uruguay, las penas en expectativas por los delitos que se le imputan van de 4 años y medio a 12. Sus abogados evalúan la posibilidad de pedir un juicio abreviado, adelantó el periodista platense Ricardo Carugatti. En cualquier caso, Balcedo no vendrá rápido a Argentina. Tampoco su esposa, Paola Fiege, quien puso el grito en el cielo porque no puede ver a sus hijos.
Fiege declaró que sobrevive entre las cucarachas y ratas, en condiciones descriptas por la mujer como infrahumanas en la cárcel de mujeres de Montevideo. Y que ella firmaba todo porque confiaba en su marido. Por ahora, siempre le negaron la prisión domiciliaria.
Sus últimos días en la mansión de Playa Verde -la ya famosa, edificada en las 90 hectáreas de terreno de la chacra El Gran Chaparral, una propiedad que cotizaría en más de 3 millones de dólares-, fueron también para mirar Netflix, como la vida de toda la familia Balcedo, mientras helicópteros sobrevolaban la finca y recibía visitas llamativas.
Una de las últimas personas que estuvo con el empresario antes de su detención, fue el ex gobernador bonaerense y actual diputado kirchnerista Daniel Scioli. Así se lo confirmaron dos fuentes a #BORDER: una de la investigación y otra del entorno del ex sindicalista.
Pichichi sabía de todo: de sus autos, de sus lujos y de sus excentricidades. Quizás también del loro hablador que tenía en su zoológico casero, junto a otros animales. Lo conocía bastante. Hablaron mucho; incluso (antes) en su oficina de la avenida 32 de La Plata, donde aún sobrevive el Diario Hoy.
Scioli y Balcedo dialogaron en El Gran Chaparral mientras los helicópteros sobrevolaban la mansión. Fueron horas de tensión. Lo vigilaban desde la previa de Nochebuena. Hasta último momento, el sindicalista decía que todo lo iba a arreglar. Jamás se percató del cambio de era. Nunca. Ni siquiera hoy.
No está claro de qué conversaron el ex gobernador y Balcedo. Pero sí se conocen los elogios públicos del ex gobernador al papá de Marcelo, Antonio Felipe. Cuando se colocó un busto de esta persona en la sede del PJ La Plata, durante octubre de 2017, Scioli dijo que el país precisaba más personas como Balcedo. Un visionario.
El sindicalista había tenido un gesto con su invitado de honor. Le envió este oso de peluche cuando nació su hija, Francesca.
¿Por qué se lo juzgará a Balcedo en Uruguay? Simple, porque ingresó dinero que por el momento no pudo justificar, ni declaró; y armas como para tomar la Casa Blanca, entre otras cuestiones. Técnicamente, se le imputan los delitos de lavado de activos, tráfico de armas y apropiación indebida.
Alguien dijo en La Plata, en medio del caos que se vive alrededor de los Balcedo, que “a la familia sólo la va a salvar si le venden el guión de su vida a Netflix”. Por el momento, nada es ficción.
Tampoco lo es la visita de Scioli, que aparece demasiado cerca de algunos sindicalistas que caen en desgracia. Lo contamos con “El Pata” Medina. Y te lo contamos ahora, aunque lo quieran negar.