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[et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text admin_label=»Text»]Muchos expertos han investigado sobre cómo se aborda el desafío de aprender y cuáles son las mejores actitudes para el éxito. Carol Dweck, profesora de Psicología en la Universidad de Stanford, es una de las principales referentes en temas vinculados a educación. En uno de sus estudios, presentaron a dos grupos de estudiantes distintos ejercicios de acertijos y problemas sencillos.
A uno de ellos se lo elogió por la inteligencia y al otro por los esfuerzos. Terminada la primera instancia, se les ofreció nuevos ejercicios, donde debían elegir el grado de dificultad. Como resultado se encontró que el 90% de los chicos que habían sido elogiados por el esfuerzo seleccionaron los problemas más difíciles. En cambio, los alumnos que habían sido elogiados por su inteligencia optaron por los más fáciles. Al no querer perder esa valoración externa sobre sí mismo, evitaron correr riesgos.
Cuando elogiamos la inteligencia o el talento…
-¡Sos súper inteligente!
-¡Qué genio!
-¡Sos un chico 10!
-¡Sos excelente!
-¡Qué hermoso dibujo!
Con las mejores intenciones, hacer estos juicios o alabanzas genera un efecto de dependencia. Es el otro el que me valora, me aprueba y confirma quién soy. La consecuencia es que los chicos no quieran defraudar la imagen que han construido. Al no querer estropear su identidad tienden a ir a lo seguro, evitando los desafíos difíciles en futuras ocasiones.
Cuando elogiamos el esfuerzo o alentamos…
Mientras hacen la tarea o estudian: -¡Qué bien! Se nota que pusiste esmero en hacer este trabajito: borraste, volviste a intentarlo… Estás muy atento, anotando ideas y buscando alternativas. ¿Cómo te sentís?
Cuando traen los resultados de un examen: ¡Cuánto practicaste para aprobar la materia! ¡Cómo confeccionaste tu resumen y mirá lo que lograste! ¿Vos que pensás al ver los resultados?
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Cuando nos muestran una producción, tenemos que observarla en detalle, notarla y describirla: “Veo que usaste muchos colores para pintar” ¿A vos te gusta? ¿Cómo lo hiciste?
Cuando hacen deporte: – ¡Te quedaste toda la clase entrenando a pesar de haber llegado sin ganas al principio! ¡Cuánto te esforzaste! Vi cómo pateabas varias veces al arco una y otra vez ¡Parecías muy concentrado!
Como adultos debemos posibilitar que el niño pueda descubrir y construir la experiencia de sentirse orgulloso de sí mismo. Por ejemplo, en vez de decir: “¡Estoy orgullosa de vos!”, expresar: “Noto en tu rostro alegría por lo que hiciste ¿Te sentís orgulloso de vos?”.
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Hacer estas descripciones específicas permite una auténtica conexión, mostrando interés y posibilitando afianzarse desde lo concreto. Cuando alentamos o elogiamos el esfuerzo crece la motivación interna, tomando como natural que el desarrollo y crecimiento de la mente implica tomar desafíos, ser perseverantes y valorar los intentos.
El foco no está puesto en la aprobación y mirada del otro, y el niño tiene mayor control en el proceso de aprendizaje independientemente del logro.
Esto no significa que no debemos aplaudir a los chicos nunca frente a sus cualidades, pero sí ser consientes de las palabras que utilizamos frecuentemente si deseamos que construyan confianza en sí mismo, autonomía y motivación. Debemos intentar hacer nuestros esfuerzos por elegir la forma de acompañar y celebrar sus logros.
**Fuente: Melina Furman (2018), «Guía para criar hijos curiosos: ideas para encender la chispa del aprendizaje en casa», CABA: Siglo XXI Editores, Argentina.
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