Basta con vivirlo para poder entenderlo. Sobre todo, para afirmarlo apasionadamente y a viva voz: la música es el mayor puente comunicativo de la humanidad. Traspasa idiomas, credos, fronteras, incluso quienes no pueden oírla, la sienten. Y vaya si lo sabrán los padres de niños con trastornos en el neurodesarrollo que, a partir de una canción, un piano o una simple pandereta, lograron miradas y gestos para llenar un pentagrama. Es por esto que la mexicana “La vida en el silencio” es una película que hay que ver.
Se estrenó hace cuatro semanas en la plataforma de streaming Amazon Prime y narra la historia de Fran -interpretado por el actor Juan Manuel Bernal- un músico de jazz que se enfrenta a la crianza en soledad de su hijo Sam, de 9 años, un nene con autismo.
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Esta paternidad particular, que convive con una infancia para la que definitivamente nadie está preparado, es atravesada por la pasión por la música. Y ambas se mezclan en esta ópera prima del director Rodrigo Arnaz, que pone sobre el tapete la necesidad y urgencia de tocar el tema del autismo, muy poco explorado en el cine mexicano (bah, en el cine, en general).
Este padre debe enfrentar un día a día muy difícil con su hijo -que encarna el pequeño actor Farid Placera-, en una sociedad donde las familias cuyos hijos con TEA o TGD no cuentan con un manual de vida para surfear esas situaciones cotidianas tan “normales” para los otros.
Resulta prácticamente imposible no ponerse en la piel de ese padre y, en consecuencia, en las de los miles de padres y madres que viven algunos momentos de la vida diaria, como puede ser caminar por la calle, con el mismo sacrificio que demandaría subir a la cima de una montaña.
Una escena vale como explicación gráfica y didáctica: Fran y su hijo abandonan el edificio donde el nene realiza sus terapias y al pisar la vereda, una tarde de hora pico en el DF mexicano, los estímulos y ruidos son tantos que Sam se perturba y sólo logra expresar lo que percibe con gritos y llantos. La escena muestra a un padre desesperado, transpirado, que quiere contener físicamente a un hijo que en ese momento no resiste ser tocado. La mirada de la gente, que son lanzas cuando están y también cuando no están. Y es aquí donde este papá de barba tupida, saca de su mochila un “salvavidas” al rescate de ese hijo que parece ahogarse en un mar de bocinas, peatones y alarmas que no paran de sonar. Primero, un conejo de peluche que no surte efecto. Después, unos auriculares que, tras mucho forcejeo, Fran logra colocarle a Sam para que escuche música clásica. Recién entonces, llega la calma.
Como dijo recientemente Arnaz, el director, durante una presentación del film en su país: “Esta historia busca sembrar la semilla de la inclusión, aunque sea en una sola mente”.
Y lo logra. Porque esta historia nos genera preguntas. Instala la conversación y el debate.
¿Cómo viven estas familias? ¿Qué terapias realizan? ¿Son caras? ¿Son inaccesibles? ¿Qué sucede con la vida laboral de ese padre o madre que de un día para el otro se enfrenta con el diagnóstico de su hijo? También nos preguntamos lo mismo que se pregunta el padre de esta película en un momento del film: ¿Sabrá algún día mi hijo quién soy?.
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“En la medida en la que nos vayamos enterando de cómo funciona esta condición y por lo que pasan estas personas al enfrentarse al mundo, vamos a empezar a entender y a crear un mundo un poco más justo e inclusivo”, opina Gabriela de la Garza (Capadocia, Narcos), una de sus protagonistas.
Fue precisamente con ella que esta película comenzó a gestarse nueve años, atrás cuando Arnaz la contactó por redes sociales para que formara parte del filme. Según cuenta la actriz, el personaje fue escrito pensando en ella y el tema central la impactó tanto que accedió a ser parte del proyecto para dar vida a Mariana, una madre atípica y que nos interpela. “No estamos acostumbrados a ver estos personajes, lamentablemente percibimos a los hombres como los ausentes en la familia y aquí hablamos de paternidades y maternidades completamente atípicas, existen padres completamente comprometidos y también existen madres que no necesariamente serán buenas madres”.
Otro de los papeles vitales en esta historia es el de la terapeuta que interpreta María Aura (Y tu mamá también), en el que Julia, su personaje, establece una conexión única y profunda con ese niño. “Esta película nos replantea los tipos de familias existentes. Abre los ojos a un mundo diferente. Es importante hablar de este tema, porque muchas veces juzgamos o criticamos a alguien sin saber realmente cuál es su situación o su realidad”, considera la actriz.
“La vida en el silencio” es de esas películas llamadas “de bajo presupuesto”, que llega sin pretensiones ni una campaña potente de marketing detrás, con el único objetivo de echar luz sobre un tema poco abordado en la pantalla grande. Con un mensaje profundo y un resultado bien audible: involucrarse.
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