«Marianne tuvo un montón de amantes. Yo fui uno de ellos». La voz en off del director inglés Nick Broomfield pone las cosas en claro desde un principio: lo que veremos desde Netflix bajo el título de Leonard y Marianne tendrá, más allá de las omisiones que todo fan acérrimo comentará al final (y que, seamos justos, muchas veces espera en piezas de este género), es la virtud de la cercanía entre el realizador y los protagonistas. Personajes que, en este caso, le pusieron el cuerpo en la vida real a un romance que quedó tallado para siempre en la historia popular gracias a «So Long, Marianne» y a «Bird on the Wire». Dos canciones que el canadiense Leonard Cohen escribió inspirado en la relación que tuvo con la noruega Marianne Ilhen en la década del 60. Dos clásicos ineludibles en el repertorio del cantautor.
Todo empezó con una chica rubia que pasó por la puerta de un bar en la isla griega de Hydra, y una invitación por parte de un hombre a que le haga compañía. Ese fue el primer contacto entre Cohen e Ilhen, dos bohemios que se habían refugiado del frío de sus respectivos países en un paraíso marítimo mediterráneo más que barato para sus economías acotadas. El convite mutó casi de inmediato en un romance, con un Cohen estimulado para profundizar en su escritura y, al mismo tiempo, ser mimado por Marianne y por su hijo Axel.
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De esta forma, comenzó un derrotero que incluyó idas y venidas entre Grecia y Canadá; la publicación de los libros El juego favorito, Flores para Hitler y Perdedores hermosos; infidelidades a granel por parte de Leonard perdonadas por Marianne y viceversa, aunque en menor medida, en el caso de ella; un niño que crecía descuidado y salvaje; experimentaciones con drogas legales e ilegales y la decisión por parte de Cohen de postergar sus sueños de escritor por un oficio de cantautor que, a priori, parecía más rendidor desde lo económico.
En 1966, el mejor lugar del mundo para un cantautor angloparlante con buenas tonadas y ganas de triunfar era la ciudad de Nueva York. Hacia allí fue Cohen. Primero, le compuso temas a la cantante Judy Collins y luego, a instancias de ella, se animó a cantar él mismo sus temas con esa voz de «tenor irlandés», más allá del ataque de pánico (superado) que tuvo en su primera presentación. Mientras tanto, Joni Mitchell y posteriormente Janis Joplin se rendían ante los dones donjuanescos de un Leonard que recibía en la Gran Manzana a Marianne con una actitud de amor más platónico que carnal.
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En diciembre de 1967 ,vio la luz Songs of Leonard Cohen. El canadiense tenía 33 años: si ahora se desconfiaría de un disco debut de un hombre de más de tres décadas de vida, imaginen eso mismo en aquel entonces, y mucho más cuando desde la portada no se hacía nada por disimular eso, sino todo lo contrario. «So Long, Marianne», con su estribillo que combinaba su voz grave con un coro femenino («Hasta pronto, Marianne, es hora de que empecemos a reír y a llorar, a llorar y reírnos de todo otra vez») actuó como primer epitafio de una relación que se hundía. Y «Bird on the Wire», tonada incluida en Songs From a Room (segundo álbum de Cohen, publicado en 1969), ya da cuenta del final del romance. «Como un pájaro sobre un cable, como un borracho en algún viejo coro de medianoche, he intentado, a mi manera, ser libre. Como una lombriz en un anzuelo, como un monje inclinándose ante el Libro, fue la forma de nuestro amor lo que me retorció. Si yo fui antipático, espero hayas podido dejarlo pasar. Si yo fui infiel, es solo que creía que un amante también tenía que ser también un mentiroso,» dice la letra, y pocas veces, el calificativo explícito puede estar tan bien puesto como para dar cuenta del fin de una pareja.
Con altibajos, Cohen e Ilhen estuvieron en contacto hasta el final de sus vidas. Y esta última oración es literal: no caeremos en la tentación de un spoiler tan anunciado y emotivo como el final de Six Feet Under, más allá de que en este caso, el desenlace sea de dominio público e inevitable para cualquier ser vivo. Sí podemos contar que, antes de que termine todo, se la puede ver a Ilhen en la primera fila de un recital de Leonard cantar «So Long, Marianne». Y que esa imagen es conmovedora y que, asimismo, no es lo más emocionante que verán después. Las verdaderas historias de amor son así.
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