Los maestros y padres del niño con autismo que logró superar las trabas del sistema y pasó a 5to grado

Si estás cansado de la burocracia, pensando en tirar la toalla porque la escuela te pone barreras en vez de puentes. No dejes de leer esta motivadora carta que escribió el docente Martín Vera también papá de Donato, un niño con autismo. Vera y su esposa son maestros en una escuela de Villa Domínico y nada los detiene. “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” (Paulo Freire).
Por: #BorderPeriodismo

Tres años atrás los padres de Donato, ambos docentes, escribieron una carta al sistema educativo que fue publicada en BorderPeriodismo. Allí, denunciaban las trabas de un sistema arcaico que en vez de armar puentes para las personas con discapacidad, sólo pone barreras y los deja fuera del sistema.

El texto fue tan conmovedor que escaló en los medios nacionales rápidamente. Ahora, una nueva carta promete inspirar a tantos padres que están en medio del derrotero de la educación que expulsa a los chicos con necesidades especiales en lugar de incluirlos.

Léanla hasta el final. Vale la pena.

En la última carta publicada en este sitio, les contábamos la experiencia de nuestro hijo con autismo (y la nuestra) durante su recorrido escolar a lo largo del nivel inicial y hasta segundo año del primario. En aquel entonces, les hablábamos de un sistema que como un gran elefante se había ocupado de aplastar los sueños, las posibilidades y el futuro de nuestro niño y con él, el nuestro.

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Sistema formado por estructuras arcaicas y personas que sin empatía y muy poca voluntad para adaptarse a los nuevos tiempos, como jueces, dieron la sentencia final dictaminando que nuestro hijo no estaba en condiciones de continuar su recorrido escolar en la escuela común. Debía hacerlo por fuera del sistema. Lamentablemente, fue un tiempo de mucho dolor y de una profunda desilusión al ver que colegas se resistían al desafío de lo nuevo, que siempre conlleva un aprendizaje, aferrándose a antiguas prácticas que  les garantizaban cierta tranquilidad dentro de esa zona de confort que tanto cuidan.

Hoy, no les escribo para rememorar esa triste experiencia que, aunque superada, como una herida lentamente fue cicatrizando y tan solo prevalece como una marca que cuando vemos nos recuerda lo sucedido, lo que fue y no debería volver a ser.

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Como les contamos en aquel entonces, somos Gabriela y Martín, padres de Donato de 10 años, ambos docentes. El 2020, luego de haber defendido a capa y espada los derechos que nuestro hijo tenía (y tiene) a permanecer en el sistema educativo y a continuar sus aprendizajes bajo un modelo inclusivo, le abrió las puertas a su tercer grado. Año difícil, porque con él llegó la pandemia de covid-19 y luego la incertidumbre, el miedo al y  “ahora qué”. Vinieron las restricciones y el encierro.

Encierro y virtualidad en primera persona

Si para muchos docentes el 2020 fue un año difícil porque la supuesta “normalidad” se había esfumado para darle paso a la virtualidad imaginen lo que esto representó en los hogares que debieron transformarse de un día para el otro en “laboratorios áulicos”. Y ahora, que han hecho el ejercicio de recordar lo vivido, piensen por un instante en lo que esta situación pudo haber representado en los hogares con niños con discapacidad. Y sepan que, posiblemente, muchos de esos alumnos poseen una dificultad motora, la cual posiblemente no les trajo grandes dificultades para continuar sus estudios vía zoom, etc. Pero qué de aquellos alumnos con discapacidad intelectual. Muchos de esos hogares fueron transformados en pequeños “laboratorios de centros terapéuticos pedagógicos didácticos” en donde en el mejor de los casos y casi por una obra milagrosa de la Trinidad el alumno pudo recibir las clases y sostener la famosa vinculación pedagógica porque tuvo la suerte de contar con el apoyo de sus padres y de  tener un  buen equipo de docentes-directivos –terapeutas que trabajaron de manera mancomunada. Sin embargo, qué fue de aquellos que no tuvieron esa posibilidad. No se trató tan solo de haber enviado las tareas por una foto en WhatsApp, o de entregar un cuadernillo (sin adaptaciones a las necesidades que tienen estos alumnos) como para cumplir con el trabajo. Se trató de hacer lo que se debía, aquello para lo que fuimos llamados por vocación, formados y preparados. Se trató de que debía hacerse de la mejor manera, poniendo lo mejor de nosotros (docentes), pensando en que aquellos niños podían ser nuestros hijos, poniéndose en el lugar del otro. Qué fue de esos alumnos que nunca tuvieron un llamado telefónico de su maestra de inclusión o una clase por zoom, etc. Son preguntas que todavía nos hacemos. Afortunadamente, muchos de nuestros niños con discapacidad pudieron realizar progresos significativos en estos “laboratorios áulicos”, porque contaron con el apoyo incondicional de sus padres y familias. Muchos de ellas han entendido y sabido aprovechar cada situación de hogar para transformarlos en aprendizajes en los niños; a pesar de que “la escuela” lo niegue, esconda la cabeza como una tortuga dentro de su caparazón de confort o invente realidades alternas. Y ese fue el caso de Donato, quien gracias a su esfuerzo, al trabajo de su mejor maestra “su madre” y al trabajo de sus excelentes terapeutas pudo aprender en su casa lo que no se le enseñó y negó durante toda su escolaridad. Hoy, Donato conoce todas las letras del alfabeto, escribe palabras por copiado o dictado, puede leer palabras y oraciones cortas, realiza operaciones de adición y sustracción, y otros innumerables logros.

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Luego llegó el 2021 y la pandemia se instaló en nuestros hogares como un familiar o un invitado que viene a pasar un tiempo. Surgieron las burbujas y la modalidad mixta (virtualidad y presencialidad) y Donato pasó a cuarto grado. En lo personal, tuve la dicha de tener a mi hijo como alumno. Algunos se dirán qué raro, ¿se puede hacer esto?, otros pensarán que está mal, no lo sé. Solo puedo decirles que así fue. Algunos colegas me recomendaban que en la escuela ponga en primer lugar mi rol de maestro y que dejara para mi casa el de padre. A cada uno les dije y lo sostengo, fui cien por ciento maestro de Donato y cien por ciento padre, no existen para mí los grises. Porque en el aula, soy cien por ciento maestro de mis alumnos y cien por ciento padre de mis alumnos. Por eso entiendo que a los alumnos hay que enseñarles como  quisiéramos que lo hagan con nuestros hijos. ¿No les parece?

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De más está decirles lo difícil que fue para los docentes el año pasado. El esfuerzo fue doble. Sostener las clases por zoom al mismo tiempo que las clases presenciales. Tratar de no dejar a nadie sin clases, escuchar, acompañar, apoyar y brindar contención a alumnos y familias. Recuerden lo que esto significó para las familias, muchas de ellas habían perdido sus trabajos, otras a familiares. Y así hicieron su mayor esfuerzo, no el que muchos de nosotros esperábamos, sino el que pudieron. Y siguieron adelante. Y los niños también.  Y los niños adaptándose a la modalidad mixta, a las burbujas. Para muchos de ellos (los que contaban con el apoyo familiar) la experiencia fue positiva logrando sorprendernos por su capacidad de adaptación o flexibilización. Así son los niños, nos sorprenden. Otros, con menos recursos, necesitaron de más tiempo, de más explicaciones, de más dedicación, de otras herramientas, de más…

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Alumnos que necesitaban justamente de otros recursos, otras herramientas, otro lenguaje, otra manera de llegada a ellos, otras formas de ser maestro y de hacer-construir aprendizajes.  Si para muchos de los alumnos neurotípicos, a pesar de su capacidad de adaptación, al principio la situación pudo haber sido desbordante imaginen cómo pudo haber repercutido en el colectivo de alumnos con discapacidad. Algunos, en mayor medida han logrado progresos importantes siempre y cuando clases, contenidos, recursos y tiempos fueron bien adaptados a sus necesidades de aprendizaje. Otros han realizado avances  mínimos, otros avances en otras áreas pero avances al fin. Pero siempre que se han producido estos progresos, han sido a partir del compromiso, la responsabilidad y el trabajo en equipo de la escuela y/o la familia.

Como maestro muchas veces me he planteado las siguiente preguntas: ¿por qué enseñar lo que pensamos que necesitan los alumnos?, ¿no sería mejor preguntarles qué desean o quieren aprender?, ¿por qué creemos que conocemos lo que sus cerebros piensan?, ¿por qué creemos que todos sus cerebros funcionan de la misma manera?, ¿pasa lo mismo en nosotros, los adultos?. ¿Es lógico pensar que el cerebro de un niño neurotípico funcione distinto que un niño con discapacidad?, ¿es razonable pensar que en niños que no presentan dificultades de aprendizaje sus cerebros funcionan de distinta manera?. Entonces, ¿por qué el sistema prescribe un diseño que en la letra parece muy rimbombante pero en la práctica te empuja a pretender normalizar aquello que no puede serlo? Y cuando hablo de sistema, recuerden, no solo me refiero a  toda la maquinaria que representa, pienso en las grandes contradicciones de aquellos que lo forman comenzando desde las más altas esferas hasta el último nivel de su conformación.

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Teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente,  con  Donato me propuse desarrollar un proyecto de inclusión acorde a su realidad y a sus necesidades, por sobre los contenidos prescriptos. Este proyecto o PPI (Proyecto Pedagógico Inclusivo) determinaría el presente y el futuro de Donato en su cuarto grado. Siempre aposté a más en Donato y por eso no me conformé con lo establecido en la PPI, busqué la manera de presentarle y enseñarle algunos contenidos propios de la currícula del año de forma adaptada a su nivel y sus necesidades.

Aunque lo más importante para mí fue desafiarme a trabajar en algo que hasta ahora no había visto que alguien en la escuela lo hiciera, algo que considero fue muy importante para Donato: trabajar en la socialización, generar momentos o espacios de intercambios, de juegos entre Donato y sus compañeros y viceversa.

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Como Donato tiene dificultades para verbalizar me encontré con la dificultad de poder preguntarle qué era lo que deseaba aprender. Por esa razón, a partir de la observación, decidí priorizar en ese aspecto. Por supuesto, cuando uno trabaja solo las cosas cuestan más esfuerzo. Afortunadamente tuve la ayuda del profesor de Educación Física y de la Acompañante Externo de Donato. Ambos comprendieron, sin necesidad de explicaciones complejas, la urgencia que Donato tenía de poder vivir la experiencia del juego con el “otro” en los recreos y la clase de gimnasia, de participar de un juego de “manchas”, de ser perseguido o corrido por otro niño y poder hacerlo él, de ser atrapado, de ser llamado por el otro por su nombre, “Donato”, y no de ser ignorado como lo fue durante muchos años. La necesidad del  “abrazo” (aunque sea con barbijo), de que se le hable y se espere una respuesta de él tanto en clases como en recreos.  Y luego descubrí algo que posiblemente sea una tontería para ustedes, me di cuenta que la cosa no era lo que había pensado, había sido un trabajo que no requirió de mucho esfuerzo, simplemente voluntad, pensar y buscar ideas, invitar a los niños, al profesor de Educación Física y a la Acompañante y contarles acerca de mi inquietud; y de lo demás se ocuparon ellos. Y Donato hizo lo suyo.

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Tengo muchísimas fotos y videos que guardo como registro de esta hermosa etapa. Como maestro al cien por ciento de Donato y como padre al cien por ciento no pueden imaginarse la cantidad de alegría mezcla con llanto que me invade cada vez que recuerdo aquellos momentos o veo una foto/video. No podrán nunca imaginar lo que un maestro cien por ciento padre o un padre cien por ciento maestro pudo haber sentido en un momento de abrazo de su hijo con TEA y un niño neurotípico, ambos niños al fin. Las etiquetas o títulos los dejamos para otros y otro momento.

Hoy, Donato se encuentra esperando con ansiedad el comienzo de su quinto año. Mi deseo como padre y maestro, maestro y padre, es que este mensaje llegue a lo profundo del corazón de los futuros maestros de Donato, y de todos los docentes. El sistema escolar se ocupó de quitarle a mi hijo una parte importantísima de su vida, hasta ahora no hemos encontrado explicación por parte de ningún representante o autoridad. Al contrario. Pero creemos que si un docente se anima, tiene voluntad, arranca o comienza a dar pasos, busca, habla, pide, etc. estará contagiando a otros a hacer lo mismo. No me digan que faltan recursos, que no estamos preparados, que no se puede. Sí…se puede.  Como lo dijo un gran maestro “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” (Paulo Freire).

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